Wednesday, January 22, 2014

TEXTOS MEDIEVALES NIVEL 1



FRAGMENTOS MEDIEVALES
LIBRO DE BUEN AMOR: JUAN RUIZ ARCIPRESTE DE HITA
Época:………………………….. Tema:…………………………………………………………………………..
Género literario……………………………………………………………………………………………………..
Aristóteles dijo, y es cosa verdadera...

Aristóteles dijo, y es cosa verdadera,
que el hombre por dos cosas trabaja: la primera,
por el sustentamiento, y la segunda era
por conseguir unión con hembra placentera.

Si lo dijera yo, se podría tachar,
mas lo dice un filósofo, no se me ha de culpar.
De lo que dice el sabio no debemos dudar,
pues con hechos se prueba su sabio razonar.

Que dice verdad el sabio claramente se prueba;
hombres, aves y bestias, todo animal de cueva
desea, por natura, siempre compaña nueva
y mucho más el hombre que otro ser que se mueva.

Digo que más el hombre, pues otras criaturas
tan sólo en una época se juntan, por natura;
el hombre, en todo tiempo, sin seso y sin mesura,
siempre que quiere y puede hacer esa locura.

Prefiere el fuego estar guardado entre ceniza,
pues antes se consume cuanto más se le atiza;
el hombre, cuando peca, bien ve que se desliza,
mas por naturaleza, en el mal profundiza.

Yo, como soy humano y, por tal, pecador,
sentí por las mujeres, a veces, gran amor.
Que probemos las cosas no siempre es lo peor;
el bien y el mal sabed y escoged lo mejor.
[...]
Cántiga de los clérigos de Talavera

Allá por Talavera, a principios de abril,
llegadas son las cartas de Arzobispo don Gil,
en las cuales venía un mandato no vil
que, si a alguno agradó, pesó a más de dos mil.

Este pobre Arcipreste, que traía el mandado,
más lo hacía a disgusto, creo yo, que de grado.
Mandó juntar Cabildo; de prisa fue juntado,
¡pensaron que traía otro mejor recado!

Comenzó el Arcipreste a hablar y dijo así:
-«Si a vosotros apena, también me pesa a mí.
¡Pobre viejo mezquino! ¡En qué envejecí,
en ver lo que estoy viendo y en mirar lo que vi!»

Llorando de sus ojos comenzó esta razón:
Dijo: -«¡El Papa nos manda esta Constitución,
oS lo he de decir, sea mi gusto o no,
aunque por ello sufra de rabia el corazón.»

Las cartas recibidas eran de esta manera;
Que el cura o el casado, en toda Talavera,
no mantenga manceba, casada ni soltera:
el que la mantuviese, excomulgado era.

Con aquestas razones que el mandato decía
quedó muy quebrantada toda la clerecía;
algunos de los legos tomaron acedía.
Para tomar acuerdos juntáronse otro día.

Estando reunidos todos en la capilla,
levantóse el Deán a exponer su rencilla.
Dijo: -«Amigos, yo quiero que todos en cuadrilla
nos quejemos del Papa ante el Rey de Castilla.

»Aunque clérigos, somos vasallos naturales,
le servimos muy bien, fuimos siempre leales
demás lo sabe el Rey: todos somos carnales.
Se compadecerá de aquestos nuestros males.

»¿Dejar yo a Venturosa, la que conquisté antaño?
Dejándola yo a ella recibiera gran daño;
regalé de anticipo doce varas de paño
y aún, ¡por la mi corona!, anoche fue al baño.

»Antes renunciaría a toda mi prebenda
y a la mi dignidad y a toda la mi renta,
que consentir que sufra Venturosa esa afrenta.
Creo que muchos otros seguirán esta senda.»

Juró por los Apóstoles y por cuanto más vale,
con gran ahincamiento, así como Dios sabe,
con los ojos llorosos y con dolor muy grande:
-«Novis enim dimittere -exclamó - quoniam suave!-»

Habló en pos del Deán, de prisa, el Tesorero;
era, en aquella junta, cofrade justiciero.
Dijo: -«Amigos, si el caso llega a ser verdadero,
si vos esperáis mal, yo lo peor espero.

»Si de vuestro disgusto a mí mucho me pesa,
¡también me pesa el propio, a más del de Teresa!
Dejaré a Talavera, me marcharé a Oropesa,
antes que separarla de mí y de mi mesa.

»Pues nunca tan leal fue Blanca Flor a Flores,
ni vale más Tristán, con todos sus amores;
ella conoce el modo de calmar los ardores,
si de mí la separo, volverán los dolores.

»Como suele decirse: el perro, en trance angosto,
por el miedo a la muerte, al amo muerde el rostro;
isi cojo al Arzobispo en algún paso angosto,
tal vuelta le daría que no llegara a agosto!»

Habló después de aqueste, Chantre Sancho Muñoz.
Dijo: -«Aqueste Arzobispo, ¿qué tendrá contra nos?
Él quiere reprochamos lo que perdonó Dios;
por ello, en este escrito apelo, ¡avivad vos!

»Pues si yo tengo o tuve en casa una sirvienta,
no tiene el Arzobispo que verlo como afrenta;
que no es comadre mía ni tampoco parienta,
huérfana la crié; no hay nada en que yo mienta.

»Mantener a una huérfana es obra de piedad,
lo mismo que a viudas, ¡esto es mucha verdad!
Si el Arzobispo dice que es cosa de maldad,
¡abandonad las buenas y a las malas buscad!

»Don Gonzalo, Canónigo, según vengo observando,
de esas buenas alhajas ya se viene prendando;
las vecinas del barrio murmuran, comentando
que acoge a una de noche, contra lo que les mando.»

Pero no prolonguemos ya tanto las razones;
apelaron los clérigos, también los clerizones;
enviaron de prisa buenas apelaciones
y después acudieron a más procuraciones.
 
Elogio de la mujer chiquita

Quiero abreviar, señores, esta predicación
porque siempre gusté de pequeño sermón
y de mujer pequeña y de breve razón,
pues lo poco y bien dicho queda en el corazón.

De quien mucho habla, ríen; quien mucho ríe es loco;
hay en la mujer chica amor grande y no poco.
Cambié grandes por chicas, mas las chicas no troco.
Quien da chica por grande se arrepiente del troco.

De que alabe a las chicas el Amor me hizo ruego;
que cante sus noblezas, voy a decirlas luego.
Loaré a las chiquitas, y lo tendréis por juego.
¡Son frías como nieve y arden más que el fuego!

Son heladas por fuera pero, en amor, ardientes;
en la cama solaz, placenteras, rientes,
en la casa, hacendosas, cuerdas y complacientes;
veréis más cualidades tan pronto paréis mientes.

En pequeño jacinto yace gran resplandor,
en azúcar muy poco yace mucho dulzor, 
en la mujer pequeña yace muy gran amor,
pocas palabras bastan al buen entendedor. 

Es muy pequeño el grano de la buena pimienta, 
pero más que la nuez reconforta y calienta:
así, en mujer pequeña, cuando en amor consienta,
no hay placer en el mundo que en ella no se sienta.

Como en la chica rosa está mucho color,
Como en oro muy poco, gran precio y gran valor,
como en poco perfume yace muy buen olor,
así, mujer pequeña guarda muy gran amor.

Como rubí pequeño tiene mucha bondad,
color virtud y precio, nobleza y claridad,
así, la mujer chica tiene mucha beldad,
hermosura y donaire, amor y lealtad.

Chica es la calandria y chico el ruiseñor,
pero más dulce cantan que otra ave mayor;
la mujer, cuando es chica, por eso es aún mejor,
en amor es más dulce que azúcar y que flor.

Son aves pequeñuelas papagayo y orior,
pero cualquiera de ellas es dulce cantador;
gracioso pajarillo, preciado trinador,
como ellos es la dama pequeña con amor.

Para mujer Pequeña no hay comparación:
terrenal paraíso y gran consolación,
recreo y alegría, placer y bendición,
mejor es en la prueba que en la salutación.

Siempre quise a la chica más que a grande o mayor;
¡escapar de un mal grande nunca ha sido un error!
Del mal tomar lo menos, dícelo el sabidor,
por ello, entre mujeres, ¡la menor es mejor

En la cama muy loca, en la casa muy cuerda...
»En la cama muy loca, en la casa muy cuerd:
no olvides tal mujer, sus ventajas recuerda.
Esto que te aconsejo con Ovidio concuerda
y para ello hace falta mensajera no lerda.
[...]

Habla el amor...

»Si quieres amar dueñas o a cualquier mujer
muchas cosas tendrás primero que aprender
para que ella te quiera en amor acoger.
Primeramente, mira qué mujer escoger.

»Busca mujer hermosa, atractiva y lozana,
que no sea muy alta, pero tampoco enana;
si pudieres, no quieras amar mujer villana,
pues de amor nada sabe, palurda y chabacana.

»Busca mujer esbelta, de cabeza pequeña,
cabellos amarillos, no teñidos de alheña;
las cejas apartadas, largas, altas, en peña;
ancheta de caderas, ésta es talla de dueña.

»Ojos grandes, hermosos, expresivos, lucientes
y con largas pestañas, bien claros y rientes;
las orejas pequeñas, delgadas; para mientes
si tiene el cuello alto, así gusta a las gentes.

»La nariz afilada, los dientes menudillos,
iguales y muy blancos, un poco apartadillos,
las encías bermejas, los dientes agudillos,
los labios de su boca bermejos, angostillos

»La su boca pequeña, así, de buena guisa,
su cara sea blanca, sin vello, clara y lisa;
conviene que la veas primero sin camisa
pues la forma del cuerpo te dirá: ¡esto aguisa!
[...] 
Haz a la dama un día la vergüenza perder...

»Haz a la dama un día la vergüenza perder
pues esto es importante, si la quieres tener,
una vez que no tiene vergüenza la mujer
hace más diabluras de las que ha menester.

»Talante de mujeres ¿quién lo puede entender?
su maestría es mala, mucho su mal saber.
Cuando están encendidas y el mal quieren hacer
el alma y cuerpo y fama, todo echan a perder.

»Cuando el jugador pierde la vergüenza al tablero,
si el abrigo perdiere, jugará su braguero;
cuando la cantadora lanza el cantar primero
siempre los pies le bullen, mal acaba el pandero.

»Tejedor y coplera nunca tienen pies quedos,
en telar y en el baile siempre bullen los dedos;
'la mujer sin pudor, ni aun por diez Toledos
dejaría de hacer sus antojos y enredos.

»No abandones tu dama, no dejes que esté quieta,
siempre requieren uso mujer, molino y huerta;
no quieren en su casa pasar días de fiesta,
no quieren el olvido; cosa probada y cierta.

»Es cosa bien segura: molino andando gana
huerta mejor labrada da la mejor manzana,
mujer muy requerida anda siempre lozana;
con estas tres verdades no obrarás cosa vana.

»Dejó uno a su mujer (te contaré la hazaña;
si la estimas en poco, cuéntame otra tamaña)
Era don Pitas Payas un pintor de Bretaña,
casó con mujer joven que amaba la compaña.

»Antes del mes cumplido dijo él: -Señora mía,
a Flandes volo ir; regalos portaría.
Dijo ella: -Monseñor; escoged vos el día,
mas no olvidéis la casa ni la persona mía.

»Dijo don Pitas Payas: -Dueña de la hermosura,
yo volo en vuestro cuerpo pintar una figura
para que ella os impida hacer cuelquier locura.
Contestó: Monseñor; haced vuestra mesura.

»Pintó bajo su ombligo un pequeño cordero
y marchó Pitas Payas cual nuevo mercadero;
estuvo allá dos años, no fue azar pasajero.
Cada mes a la dama parece un año entero.

»Hacía poco tiempo que ella estaba casada,
había con su esposo hecho poca morada;
un amigo tomó y estuvo acompañada,
deshízose el cordero, ya de él no queda nada.

»Cuando supo la dama que venía el pintor,
muy deprisa llamó a su nuevo amador;
dijo que le pintase, cual supiese mejor,
en aquel lugar mismo un cordero menor.

»Pero con la gran prisa pintó un señor carnero,
cumplido de cabeza, con todo un buen apero.
Luego, al siguiente día, vino allí un mensajero:
que ya don Pitas Payas llegaría ligero.

»Cuando al fin el pintor de Flandes fue venido,
su mujer, desdeñosa, fría le ha recibido:
cuando ya en su mansión con ella se ha metido,
la señal que pintara no ha echado en olvido.

»Dijo don Pitas Payas: -Madona, perdonad,mostradme la figura y tengamos solaz.-Monseñor -dijo ella-, vos mismo la mirad:
todo lo que quisieres hacet; hacedlo audaz.

»Miró don Pitas Payas el sabido lugar
y vio aquel gran carnero con armas de prestar.
-¿Cómo, madona, es esto? ¿Cómo puede pasarque yo pinté corder y encuentro este manjar?

»Como en estas razones es siempre la mujer
sutil y mal sabida, dijo: -¿Qué, monseñer?¿Petit cordet; dos años, no se ha de hacer carner?
Si no tardaseis tanto aún sería cordel.

»Por tanto, ten cuidado, no abandones la pieza,
no seas Pitas Payas, para otro no se cueza;
incita a la mujer con gran delicadeza
y si promete al fin, guárdate de tibieza.

»Alza Pedro la liebre, la saca del cubil,
mas, si no la persigue, es un cazador vil;
otro Pedro la sigue, la corre más sutil
y la toma: esto pasa a cazadores mil.

»Medita la mujer: -Otro Pedro es aquestemás apuesto y osado, mejor amante es éstecomparado con él no vale el otro un feste,con el nuevo iré yo, ¡Dios ayuda me preste!
[...] 
Las ranas que demandaban un rey


Las ranas en un lago cantaban et jugaban,
cosa non las nucía, bien solteras andaban,
creyeron al diablo que de mal se pagaban,
pidieron Rey a Don Júpiter, mucho gelo rogaban.

Envióles Don Júpiter una viga de lagar, 
la mayor quel pudo, cayó en ese lugar:
el grand golpe del fuste fizo las ranas callar,
mas vieron que no era Rey para las castigar.

Suben sobre la viga cuantas podían subir,
digeron: non es este Rey para lo nos servir: 
pidieron Rey a Don Júpiter como lo solían pedir,
Don Júpiter con saña hóbolas de oír.

Envióles por su Rey cigueña mansillera,
cercaba todo el lago, ansí fas la ribera,
andando pico abierta como era venternera 
de dos en dos las ranas comía bien ligera.

Querellando a Don Júpiter, dieron voces las ranas:
señor, señor, acórrenos, tú que matas et sanas,
el Rey que tú nos diste por nuestras voces vanas
danos muy malas tardes et peores mañanas. 

Su vientre nos sotierra, su pico nos estraga,
de dos en dos nos come, nos abarca et nos traga:
señor, tú nos defiende, señor, tú ya nos paga,
danos la tu ayuda, tira de nos tu plaga.

Respondióles Don Júpiter: tened lo que pedistes 
el Rey tan demandado por cuantas voces distes:
vengué vuestra locura, ca en poco tuvistes
ser libres et sin premia: reñid, pues lo quisistes.

Quien tiene lo quel' cumple, con ello sea pagado,
quien puede ser suyo, non sea enagenado,
el que non toviere premia non quiera ser premiado,
libertad e soltura non es por oro comprado. 


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CONDE LUCANOR (DON JUAN MANUEL)

Época:………………………….. Tema:…………………………………………………………………………..
Género literario……………………………………………………………………………………………………..
Cuento I
Lo que sucedió a un rey y a un ministro suyo
-32-
Una vez estaba hablando apartadamente el Conde Lucanor con Patronio, su consejero, y le dijo:
-Patronio, un hombre ilustre, poderoso y rico, no hace mucho me dijo de modo confidencial que, como ha tenido algunos problemas en sus tierras, le gustaría abandonarlas para no regresar jamás, y, como me profesa gran cariño y confianza, me querría dejar todas sus posesiones, unas vendidas y otras a mi cuidado. Este deseo me parece honroso y útil para mí, pero antes quisiera saber qué me aconsejáis en este asunto.
-Señor Conde Lucanor -dijo Patronio-, bien sé que mi consejo no os hace mucha falta, pero, como confiáis en mí, debo deciros que ese que se llama vuestro amigo lo ha dicho todo para probaros y me parece que os ha sucedido con él como le ocurrió a un rey con un ministro.
El Conde Lucanor le pidió que le contara lo ocurrido.
-Señor -dijo Patronio-, había un rey que tenía un ministro en quien confiaba mucho. Como a los hombres afortunados la gente siempre los envidia, así ocurrió con él, pues los demás privados, recelosos de su influencia sobre el rey, buscaron la forma de hacerle caer en desgracia con su señor. Lo acusaron repetidas veces ante el rey, aunque no consiguieron que el monarca le retirara su confianza, dudara de su lealtad o prescindiera de sus servicios. Cuando vieron la inutilidad de sus acusaciones, dijeron al rey que aquel ministro maquinaba su muerte para que su hijo menor subiera al trono y, cuando
él tuviera la tutela del infante, se haría con todo el poder proclamándose señor de aquellos reinos. Aunque hasta entonces no habían conseguido levantar sospecha en el ánimo del rey, ante estas murmuraciones el monarca empezó a recelar de él; pues en los asuntos más importantes no es juicioso esperar que se cumplan, sino prevenirlos cuando aún tienen remedio. Por ello, desde que el rey concibió dudas de su privado, andaba receloso, aunque no quiso hacer nada contra él hasta estar seguro de la verdad.
»Quienes urdían la caída del privado real aconsejaron al monarca el modo de probar sus intenciones y demostrar así que era cierto cuanto se decía de él. Para ello expusieron al rey un medio muy ingenioso que os contaré en seguida. El rey resolvió hacerlo y lo puso en práctica, siguiendo los consejos de los demás ministros.
»Pasados unos días, mientras conversaba con su privado, le dijo entre otras cosas que estaba cansado de la vida de este mundo, pues le parecía que todo era vanidad. En aquella ocasión no le dijo nada más. A los pocos días de esto, hablando otra vez con aquel ministro, volvió el rey sobre el mismo tema, insistiendo en la vaciedad de la vida que llevaba y de cuanto boato rodeaba su existencia. Esto se lo dijo tantas veces y de tantas maneras que el ministro creyó que el rey estaba desengañado de las vanidades del mundo y que no le satisfacían ni las riquezas ni los placeres en que vivía. El rey, cuando vio que a su privado le había convencido, le dijo un día que estaba decidido a alejarse de las glorias del mundo y quería marcharse a un lugar recóndito donde nadie lo conociera para hacer allí penitencia por sus pecados. Recordó al ministro que de esta forma pensaba lograr el perdón de Dios y ganar la gloria del Paraíso.
»Cuando el privado oyó decir esto a su rey, pretendió disuadirlo con numerosos argumentos para que no lo hiciera. Por ello, le dijo al monarca que, si se retiraba al desierto, ofendería a Dios, pues abandonaría a cuantos vasallos y gentes vivían en su reino, hasta ahora gobernados en paz y en justicia, y que, al ausentarse él, habría desórdenes y guerras civiles, en las que Dios sería ofendido y la tierra destruida. También le dijo que, aunque no dejara de cumplir su deseo por esto, debía seguir en el trono por su mujer y por su hijo, muy pequeño, que correrían mucho peligro tanto en sus bienes como en sus propias vidas.
»A esto respondió el rey que, antes de partir, ya había dispuesto la forma en que el reino quedase bien gobernado y su esposa, la reina, y su hijo, el infante, a salvo de cualquier peligro. Todo se haría de esta manera: puesto que a él lo había criado en palacio y lo había colmado de honores, estando siempre satisfecho de su lealtad y de sus servicios, por lo que confiaba en él más que en ninguno de sus privados y consejeros, le encomendaría la protección de la reina y del infante y le entregaría todos los fuertes y bastiones del reino, para que nadie pudiera levantarse contra el heredero. De esta manera, si volvía al cabo de un tiempo, el rey estaba seguro de       -35-       encontrar en paz y en orden cuanto le iba a entregar. Sin embargo, si muriera, también sabía que serviría muy bien a la reina, su esposa, y que educaría en la justicia al príncipe, a la vez que mantendría en paz el reino hasta que su hijo tuviera la edad de ser proclamado rey. Por todo esto, dijo al ministro, el reino quedaría en paz y él podría hacer vida retirada.
»Al oír el privado que el rey le quería encomendar su reino y entregarle la tutela del infante, se puso muy contento, aunque no dio muestras de ello, pues pensó que ahora tendría en sus manos todo el poder, por lo que podría obrar como quisiere.
»Este ministro tenía en su casa, como cautivo, a un hombre muy sabio y gran filósofo, a quien consultaba cuantos asuntos había de resolver en la corte y cuyos consejos siempre seguía, pues eran muy profundos.
»Cuando el privado se partió del rey, se dirigió a su casa y le contó al sabio cautivo cuanto el monarca le había dicho, entre manifestaciones de alegría y contento por su buena suerte ya que el rey le iba a entregar todo el reino, todo el poder y la tutela del infante heredero.
»Al escuchar el filósofo que estaba cautivo el relato de su señor, comprendió que este había cometido un grave error, pues sin duda el rey había descubierto que el ministro ambicionaba el poder sobre el reino y sobre el príncipe. Entonces comenzó a reprender severamente a su señor diciéndole que su vida y hacienda corrían grave peligro, pues cuanto el rey le había dicho no era sino para probar las acusaciones que algunos habían levantado contra él y no por que pensara hacer vida retirada y de penitencia. En definitiva, su rey había querido probar su lealtad y, si viera que se alegraba de alzarse con todo el poder, su vida correría gravísimos riesgos.
»Cuando el privado del rey escuchó las razones de su cautivo, sintió gran pesar, porque comprendió que todo había sido preparado como este decía. El sabio, que lo vio tan acongojado, le aconsejó un medio para evitar el peligro que lo amenazaba.
»Siguiendo sus consejos, el privado, aquella misma noche, se hizo rapar la cabeza y cortar la barba, se vistió con una túnica muy tosca y casi hecha jirones, como las que llevan los mendigos que piden en las romerías, cogió un bordón y se calzó unos zapatos rotos aunque bien clavados, y cosió en los pliegues de sus andrajos una gran cantidad de doblas de oro. Antes del amanecer encaminó sus pasos a palacio y pidió al guardia de la puerta que dijese al rey que se levantase, para que ambos pudieran abandonar el reino antes de que la gente despertara, pues él ya lo estaba esperando; le pidió también que todo se lo dijera sin ser oído por nadie. El guardia, cuando así vio al privado del rey, quedó muy asombrado, pero fue a la cámara real y dio el mensaje al rey, que también se asombró mucho e hizo pasar a su privado.
»El rey, al ver con aquellos harapos a su ministro, le preguntó por qué iba vestido así. Contestó el privado que, puesto que el rey le había expresado su intención de irse al desierto y como seguía dispuesto a hacerlo, él, que era su privado, no quería olvidar cuantos favores le debía, sino que, al igual que había compartido los honores y los bienes de su rey, así, ahora que él marchaba a otras tierras para llevar vida de penitencia, querría él seguirlo para compartirla con su señor. Añadió el ministro que, si al rey no le dolían ni su mujer, ni su hijo, ni su reino, ni cuantos bienes dejaba, no había motivo para que él sintiese mayor apego, por lo cual partiría con él y le serviría siempre, sin que nadie lo notara. Finalmente le dijo que llevaba tanto dinero cosido a su ropa que nunca habría de faltarles nada en toda su vida y que, pues habían de partir, sería mejor hacerlo antes de que pudiesen ser reconocidos.
»Cuando el rey oyó decir esto a su privado, pensó que actuaba así por su lealtad y se lo agradeció mucho, contándole cómo lo envidiaban los otros privados, que estuvieron a punto de engañarlo, y cómo él se decidió aprobar su fidelidad. Así fue como el ministro estuvo a punto de ser engañado por su ambición, pero Dios quiso protegerlo por medio del consejo que le dio aquel sabio cautivo en su casa.
»Vos, señor conde, es preciso que evitéis caer en el engaño de quien se dice amigo vuestro, pero ciertamente lo que os propuso sólo es para probaros y no porque piense hacerlo. Por eso os convendrá hablar con él, para que le demostréis que sólo buscáis su honra y provecho, sin sentir ambición ni deseo de sus bienes, pues la amistad no puede durar mucho cuando se ambicionan las riquezas de un amigo.
El conde vio que Patronio le había aconsejado muy bien, obró según sus recomendaciones y le fue muy provechoso hacerlo así.
Y, viendo don Juan que este cuento era bueno, lo mandó escribir en este libro e hizo estos versos que condensan toda su moraleja:
No penséis ni creáis que por un amigo hacen algo los hombres que les sea un peligro.
También hizo otros que dicen así:
Con la ayuda de Dios y con buen consejo, sale el hombre de angustias y cumple su deseo.
Cuento II
Lo que sucedió a un hombre bueno con su hijo
Otra vez, hablando el Conde Lucanor con Patronio, su consejero, le dijo que estaba muy preocupado por algo que quería hacer, pues, si acaso lo hiciera, muchas personas encontrarían motivo para criticárselo; pero, si dejara de hacerlo, creía él mismo que también se lo podrían censurar con razón. Contó a Patronio de qué se trataba y le rogó que le aconsejase en este asunto.
-Señor Conde Lucanor -dijo Patronio-, ciertamente sé que encontraréis a muchos que podrían aconsejaros mejor que yo y, como Dios os hizo de buen entendimiento, mi consejo no os hará mucha falta; pero, como me lo habéis pedido, os diré lo que pienso de este asunto. Señor Conde Lucanor -continuó Patronio-, me gustaría mucho que pensarais en la historia de lo que ocurrió a un hombre bueno con su hijo.
El conde le pidió que le contase lo que les había pasado, y así dijo Patronio:
-Señor, sucedió que un buen hombre tenía un hijo que, aunque de pocos años, era de muy fino entendimiento. Cada vez que el padre quería hacer alguna cosa, el hijo le señalaba todos sus inconvenientes y, como hay pocas cosas que no los tengan, de esta manera le impedía llevar acabo algunos proyectos que eran buenos para su hacienda. Vos, señor conde, habéis de saber que, cuanto más agudo entendimiento tienen los jóvenes, más inclinados están a confundirse en sus negocios, pues saben cómo comenzarlos, pero no saben cómo los han de terminar, y así se equivocan con gran daño para ellos, si no hay quien los guíe. Pues bien, aquel mozo, por la sutileza de entendimiento y, al mismo tiempo, por su poca experiencia, abrumaba a su padre en muchas cosas de las que hacía. Y cuando el padre hubo soportado largo tiempo este género de vida con su hijo, que le molestaba constantemente con sus observaciones, acordó actuar como os contaré para evitar más perjuicios a su hacienda, por las cosas que no podía hacer y, sobre todo, para aconsejar y mostrar a su hijo cómo debía obrar en futuras empresas.
»Este buen hombre y su hijo eran labradores y vivían cerca de una villa. Un día de mercado dijo el padre que irían los dos allí para comprar algunas cosas que necesitaban, y acordaron llevar una bestia para traer la carga. Y camino del mercado, yendo los dos a pie y la bestia sin carga alguna, se encontraron con unos hombres que ya volvían. Cuando, después de los saludos habituales, se separaron unos de otros, los que volvían empezaron a decir entre ellos que no les parecían muy juiciosos ni el padre ni el hijo, pues los dos caminaban a pie mientras la bestia iba sin peso alguno. El buen hombre, al oírlo, preguntó a su hijo qué le parecía lo que habían dicho aquellos hombres, contestándole el hijo que era verdad, porque, al ir el animal sin carga, no era muy sensato que ellos dos fueran a pie. Entonces el padre mandó a su hijo que subiese en la cabalgadura.
»Así continuaron su camino hasta que se encontraron con otros hombres, los cuales, cuando se hubieron alejado un poco, empezaron a comentar la equivocación del padre, que, siendo anciano y viejo, iba a pie, mientras el mozo, que podría caminar sin fatigarse, iba a lomos del animal. De nuevo preguntó el buen hombre a su hijo qué pensaba sobre lo que habían dicho, y este le contestó que parecían tener razón. Entonces el padre mandó a su hijo bajar de la bestia y se acomodó él sobre el animal.
»Al poco rato se encontraron con otros que criticaron la dureza del padre, pues él, que estaba acostumbrado a los más duros trabajos, iba cabalgando, mientras que el joven, que aún no estaba acostumbrado a las fatigas, iba a pie. Entonces preguntó aquel buen hombre a su hijo qué le parecía lo que decían estos otros, replicándole el hijo que, en su opinión, decían la verdad. Inmediatamente el padre mandó a su hijo subir con él en la cabalgadura para que ninguno caminase a pie.
»Y yendo así los dos, se encontraron con otros hombres, que comenzaron a decir que la bestia que montaban era tan flaca y tan débil que apenas podía soportar su peso, y que estaba muy mal que los dos fueran montados en ella. El buen hombre preguntó otra vez a su hijo qué le parecía lo que habían dicho aquellos, contestándole el joven que, a su juicio, decían la verdad. Entonces el padre se dirigió al hijo con estas palabras:
»-Hijo mío, como recordarás, cuando salimos de nuestra casa, íbamos los dos a pie y la bestia sin carga, y tú decías que te parecía bien hacer así el camino. Pero después nos encontramos con unos hombres que nos dijeron que aquello no tenía sentido, y te mandé subir al animal, mientras que yo iba a pie. Y tú dijiste que eso sí estaba bien. Después encontramos otro grupo de personas, que dijeron que esto último no estaba bien, y por ello te mandé bajar y yo subí, y tú también pensaste que esto era lo mejor. Como nos encontramos con otros que dijeron que aquello estaba mal, yo te mandé subir conmigo en la bestia, y a ti te pareció que era mejor ir los dos montados. Pero ahora estos últimos dicen que no está bien que los dos vayamos montados en esta única bestia, y a ti también te parece verdad lo que dicen. Y como todo ha sucedido así, quiero que me digas cómo podemos hacerlo para no ser criticados de las gentes: pues íbamos los dos a pie, y nos criticaron; luego también nos criticaron, cuando tú ibas a caballo y yo a pie; volvieron a censurarnos por ir yo a caballo y tú a pie, y ahora que vamos los dos montados también nos lo critican. He hecho todo esto para enseñarte cómo llevar en adelante tus asuntos, pues alguna de aquellas monturas teníamos que hacer y, habiendo hecho todas, siempre nos han criticado. Por eso debes estar seguro de que nunca harás algo que todos aprueben, pues si haces alguna cosa buena, los malos y quienes no saquen provecho de ella te criticarán; por el contrario, si es mala, los buenos, que aman el bien, no podrán aprobar ni dar por buena esa mala acción. Por eso, si quieres hacer lo mejor y más conveniente, haz lo que creas que más te beneficia y no dejes de hacerlo por temor al qué dirán, a menos que sea algo malo, pues es cierto que la mayoría de las veces la gente habla de las cosas a su antojo, sin pararse a pensar en lo más conveniente.
»Y a vos, Conde Lucanor, pues me pedís consejo para eso que deseáis hacer, temiendo que os critiquen por ello y que igualmente os critiquen si no lo hacéis, yo os recomiendo que, antes de comenzarlo, miréis el daño o provecho que os puede causar, que no os confiéis sólo a vuestro juicio y que no os dejéis engañar por la fuerza de vuestro deseo, sino que os dejéis aconsejar por quienes sean inteligentes, leales y capaces de guardar un secreto. Pero, si no encontráis tal consejero, no debéis precipitaros nunca en lo que hayáis de hacer y dejad que pasen al menos un día y una noche, si son cosas que pueden posponerse. Si seguís estas recomendaciones en todos vuestros asuntos y después los encontráis útiles y provechosos para vos, os aconsejo que nunca dejéis de hacerlos por miedo a las críticas de la gente.
El consejo de Patronio le pareció bueno al conde, que obró según él y le fue muy provechoso.
Y, cuando don Juan escuchó esta historia, la mandó poner en este libro e hizo estos versos que dicen así y que encierran toda la moraleja:
Por críticas de gentes, mientras que no hagáis mal, buscad vuestro provecho y no os dejéis llevar.
Cuento III
Lo que sucedió al rey Ricardo de Inglaterra cuando saltó al mar para luchar contra los moros
Un día se retiró el Conde Lucanor con Patronio, su consejero, y le dijo así:
-Patronio, yo confío mucho en vuestro buen juicio y sé que, en lo que vos no sepáis o no podáis aconsejarme, no habrá nadie en el mundo que pueda hacerlo; por eso os ruego que me aconsejéis como mejor sepáis en los que ahora os diré. Bien sabéis que yo ya no soy muy joven y que, desde que nací hasta ahora, me crie y viví siempre envuelto en guerras, unas veces contra moros, otras con los cristianos y las más fueron contra los reyes, mis señores, o contra mis vecinos. En mis luchas con mis hermanos cristianos, aunque yo intenté que nunca se iniciara la guerra por mi culpa, fue inevitable que muchos inocentes recibieran gran daño. Apesadumbrado por esto y por otros pecados que he cometido contra Dios Nuestro Señor, y también porque veo que nada ni nadie en este mundo puede asegurarme que hoy mismo no haya de morir; seguro de que por mi edad no viviré mucho más y sabiendo que deberé comparecer ante Dios, que es juez que no se deja engañar por las palabras sino que juzga a cada uno por sus buenas o malas obras; y en la certeza de que, si Dios halla en mí pecados por los que deba sufrir castigo eterno, no podrá evitar los males y dolores del Infierno, donde ningún bien de este mundo podrá aliviar mis penas y donde sufriré eternamente; sabiendo en cambio que, si Dios se mostrase clemente y me señalara como uno de los suyos en el Paraíso, no habría placer o dicha en este mundo que pudiera igualársele. Y como Cielo o Infierno no se merecen sino por las obras, os pido que, de acuerdo con mi estado y dignidad, me aconsejéis la mejor manera de hacer penitencia por mis culpas y conseguir la gracia ante Dios.
-Señor Conde Lucanor -dijo Patronio-, mucho me agradan vuestras razones, y sobre todo porque me habéis dicho que os aconseje según vuestro estado, porque si me lo hubierais pedido de otra forma pensaría que lo hacíais por probarme, como sucedió en la historia que os conté otro día   -de aquel rey con su privado. Y me agrada mucho que queráis hacer penitencia de vuestras faltas, según vuestro estado y dignidad, pues tened por cierto que si vos, señor Conde Lucanor, quisierais dejar vuestro estado y entrar en religión o hacer vida retirada, no podríais evitar que os sucediera una de estas dos cosas: la primera, que seríais muy mal juzgado por las gentes, pues todos dirían que lo hacíais por pobreza de espíritu y porque no os gustaba vivir entre los buenos; la segunda, que os sería muy difícil sufrir las asperezas y sacrificios de la vida conventual, y si después tuvieseis que abandonarla o vivirla sin guardar la regla como se debe, os causaría gran daño para el alma y mucha vergüenza y pérdida de vuestra buena fama. Como tenéis muy buenos propósitos, me gustaría contaros lo que Dios reveló a un ermitaño de santa vida sobre lo que habría de sucederle a él mismo y al rey Ricardo de Inglaterra.
El conde le rogó que le dijese lo ocurrido.
-Señor Conde Lucanor -dijo Patronio-, un ermitaño llevaba muy santa vida, hacía mucho bien y muchas penitencias para lograr la gracia de Dios. Y por ello, Nuestro Señor fue con él misericordioso y le prometió que entraría en el reino de los cielos. El ermitaño agradeció mucho esta revelación divina y, como estaba ya seguro de salvarse, rogó a Dios que le indicara quién sería su compañero en el Paraíso. Y aunque Nuestro Señor le dijo por medio de un ángel que no preguntara tal cosa, tanto insistió el
ermitaño que Dios Nuestro Señor accedió a darle una respuesta y, así, le hizo saber por un ángel que el rey de Inglaterra y él estarían juntos en el Paraíso.
»Tal respuesta no agradó mucho al ermitaño, pues conocía muy bien al rey y sabía que siempre andaba en guerras y que había matado, robado y desheredado a muchos, y había llevado una vida muy opuesta a la suya, que le parecía muy alejada del camino de la salvación. Por todo esto estaba el ermitaño muy disgustado.
»Cuando Dios Nuestro Señor lo vio así, le mandó decir con el ángel que no se quejara ni se sorprendiera de lo que le había dicho, y que debía estar seguro de que más honra y más galardón merecía ante Dios el rey Ricardo con un solo salto que él con todas sus buenas obras. El ermitaño se quedó muy sorprendido y le preguntó al ángel cómo podía ser así.
»El ángel le contó que los reyes de Francia, Inglaterra y Navarra habían pasado a Tierra Santa. Y cuando llegaron al puerto, estando todos armados para emprender la conquista, vieron en las riberas tal cantidad de moros que dudaron de poder desembarcar. Entonces el rey de Francia pidió al rey de Inglaterra que viniese a su nave para decidir los dos lo que habrían de hacer. El rey de Inglaterra, que estaba a caballo, cuando esto oyó al mensajero, le contestó que dijese a su rey que como, por desgracia, él había agraviado y ofendido a Dios muchas veces y siempre le había pedido ocasión para desagraviarle y pedirle perdón, veía que, gracias a Dios, había llegado el día que tanto esperaba, pues si allí muriese, como había hecho penitencia antes de abandonar su tierra y estaba muy arrepentido, era seguro que Dios tendría misericordia de su alma, y si los moros fuesen vencidos sería para honra de Dios y ellos, como cristianos, podrían sentirse muy dichosos.
»Cuando hubo dicho esto, encomendó su cuerpo y su alma a Dios, pidió que le ayudase y, haciendo la señal de la cruz, mandó a sus soldados que le siguieran. Luego picó con las espuelas a su caballo y saltó al mar, hacia la orilla donde estaban los moros. Aunque muy cerca del puerto, el mar era bastante profundo, por lo que el rey y su caballo quedaron cubiertos por las aguas y no parecían tener salvación; pero Dios, como es omnipotente y muy piadoso, acordándose de lo que dicen los evangelios (que Él no busca la muerte del pecador sino que se arrepienta y viva), ayudó en aquel peligro al rey de Inglaterra, evitó su muerte carnal, le otorgó la vida eterna y le salvó de morir ahogado. El rey, después, se lanzó contra los moros.
»Cuando los ingleses vieron a su rey entrar en combate, saltaron todos al mar para ayudarle y se lanzaron contra los enemigos. Al ver esto los franceses, pensaron que sería una afrenta para ellos no entrar en combate y, como no son gente que soporte los agravios, saltaron todos al mar y lucharon contra los moros. Cuando estos les vieron iniciar su ataque, sin miedo a morir y con ánimo tan gallardo, rehusaron enfrentarse a ellos, abandonando el puerto y huyendo en desbandada. Al llegar a tierra, los cristianos mataron a cuantos pudieron alcanzar y consiguieron la victoria, prestando gran servicio a la causa del Señor. Tan gran victoria se inició con el salto que dio en el mar el rey de Inglaterra.
»Al oír esto el ermitaño, quedó muy contento y comprendió que Dios le concedía un gran honor al ponerle como compañero en el Paraíso a un hombre que le había servido de esta manera y que había ensalzado la fe católica.
»Y vos, señor Conde Lucanor, si queréis servir a Dios y hacer penitencia de vuestras culpas, reparad el daño que hayáis podido hacer,              antes de partir de vuestra tierra. Haced penitencia por vuestros pecados y no hagáis caso a las galas del mundo, que es todo vanidad, ni creáis a quienes os digan que debéis preocuparos por vuestra honra, pues así llaman a mantener muchos criados, sin mirar si tienen para alimentarlos y sin pensar cómo acabaron o cuántos quedaron de quienes sólo se preocupaban por este tipo de vanagloria. Vos, señor Conde Lucanor, porque queréis servir a Dios y hacer penitencia de vuestras culpas, no sigáis ese camino vacío y lleno de vanidades. Mas, pues Dios os entregó tierras donde podáis servirle luchando contra los moros, por mar y por tierra, haced cuanto podáis para asegurar lo que tenéis. Y dejando en paz vuestros señoríos y habiendo pedido perdón por vuestras culpas, para hacer cumplida penitencia y para que todos bendigan vuestras buenas obras, podréis abandonar todo lo demás, estando siempre al servicio de Dios y terminar así vuestra vida.
»Esta es, en mi opinión, la mejor manera de salvar vuestra alma, de acuerdo con vuestro estado y dignidad. Y también debéis creer que por servir a Dios de este modo no moriréis antes, ni viviréis más si os quedáis en vuestras tierras. Y si murierais sirviendo a Dios, viviendo como os he dicho, seréis contado entre los mártires y bienaventurados; pues, aunque no muráis en combate, la buena voluntad y las buenas obras os harán mártir, y los que os quieran criticar no podrán hacerlo pues todos verán que no abandonáis la caballería, sino que deseáis ser caballero de Dios y dejáis de ser caballero del Diablo y de las vanidades del mundo, que son perecederas.
»Ya, señor conde, os he aconsejado, como me pedisteis, para que podáis salvar vuestra alma, permaneciendo en vuestro estado. Y así imitaréis al rey Ricardo de Inglaterra cuando saltó al mar para comenzar tan gloriosa acción.
Al conde le gustó mucho el consejo que le dio Patronio y le pidió a Dios que le ayudara para ponerlo en práctica, como su consejero le decía y él deseaba.
Y viendo don Juan que este era un cuento ejemplar, lo mandó poner en este libro y compuso estos versos que lo resumen. Los versos dicen así:
Quien se sienta caballero
debe imitar este salto, no encerrado en monasterio tras de los muros más altos.
Cuento IV
Lo que, al morirse, dijo un genovés a su alma
Un día hablaba el Conde Lucanor con su consejero Patronio y le contaba lo siguiente:
-Patronio, gracias a Dios yo tengo mis tierras bien cultivadas y pacificadas, así como todo lo que preciso según mi estado y, por suerte, quizás más, según dicen mis iguales y vecinos, algunos de los cuales me aconsejan que inicie una empresa de cierto riesgo. Pero aunque yo siento grandes deseos de hacerlo, por la confianza que tengo en vos no la he querido comenzar hasta hablaros, para que me aconsejéis lo que deba hacer en este asunto.
-Señor Conde Lucanor -dijo Patronio-, para que hagáis lo más conveniente, me gustaría mucho contaros lo que le sucedió a un genovés.
El conde le pidió que así lo hiciera.
Patronio comenzó:
-Señor Conde Lucanor, había un genovés muy rico y muy afortunado, en opinión de sus vecinos. Este genovés enfermó gravemente y, notando que se moría, reunió a parientes y amigos y, cuando estos llegaron, mandó llamar a su mujer y a sus hijos; se sentó en una sala muy hermosa desde donde se veía el mar y la costa; hizo traer sus joyas y riquezas y, cuando las tuvo cerca, comenzó a hablar en broma con su alma:
»-Alma, bien veo que quieres abandonarme y no sé por qué, pues si buscas mujer e hijos, aquí tienes unos tan maravillosos que podrás sentirte satisfecha; si buscas parientes y amigos, también aquí tienes muchos y muy distinguidos; si buscas plata, oro, piedras preciosas, joyas, tapices, mercancías para traficar, aquí tienes tal cantidad que nunca ambicionarás más; si quieres naves y galeras que te produzcan riqueza y aumenten tu honra, ahí están, en el puerto que se ve desde esta sala; si buscas tierras y huertas fértiles, que también sean frescas y deleitosas, están bajo estas ventanas; si quieres caballos y mulas, y aves y perros para la caza y para tu diversión,y hasta juglares para que te acompañen y distraigan; si buscas casa suntuosa, bien equipada con camas y estrados y cuantas cosas son necesarias, de todo esto no te falta nada. Y pues no te das por satisfecha con tantos bienes ni quieres gozar de ellos, es evidente que no los deseas. Si prefieres ir en busca de lo desconocido, vete con la ira de Dios, que será muy necio quien se aflija por el mal que te venga.
»Y vos, señor Conde Lucanor, pues gracias a Dios estáis en paz, con bien y con honra, pienso que no será de buen juicio arriesgar todo lo que ahora poseéis para iniciar la empresa que os aconsejan, pues quizás esos consejeros os lo dicen porque saben que, una vez metido en ese asunto, por fuerza habréis de hacer lo que ellos quieran y seguir su voluntad, mientras que ahora que estáis en paz, siguen ellos la vuestra. Y quizás piensan que de este modo podrán medrar ellos, lo que no conseguirían mientras vos viváis en paz, y os sucedería lo que al genovés con su alma; por eso prefiero aconsejaros que, mientras podáis vivir con tranquilidad y sosiego, sin que os falte nada, no os metáis en una empresa donde tengáis que arriesgarlo todo.
Al conde le agradó mucho este consejo que le dio Patronio, obró según él y obtuvo muy buenos resultados.
Y cuando don Juan oyó este cuento, lo consideró bueno, pero no quiso hacer otra vez versos, sino que lo terminó con este refrán muy extendido entre las viejas de Castilla:
El que esté bien sentado, no se levante.
Cuento V
Lo que sucedió a una zorra con un cuervo que tenía un pedazo de queso en el pico
Hablando otro día el Conde Lucanor con Patronio, su consejero, le dijo:
-Patronio, un hombre que se llama mi amigo comenzó a alabarme y me dio a entender que yo tenía mucho poder y muy buenas cualidades. Después de tantos halagos me propuso un negocio, que a primera vista me pareció muy provechoso.
Entonces el conde contó a Patronio el trato que su amigo le proponía y, aunque parecía efectivamente de mucho interés, Patronio descubrió que pretendían engañar al conde con hermosas palabras. Por eso le dijo:
-Señor Conde Lucanor, debéis saber que ese hombre os quiere engañar y así os dice que vuestro poder y vuestro estado son mayores de lo que en realidad son. Por eso, para que evitéis ese engaño que os prepara, me gustaría que supierais lo que sucedió a un cuervo con una zorra.
Y el conde le preguntó lo ocurrido.
-Señor Conde Lucanor -dijo Patronio-, el cuervo encontró una vez un gran pedazo de queso y se subió a un árbol para comérselo con tranquilidad, sin que nadie le molestara. Estando así el cuervo, acertó a pasar la zorra debajo del árbol y, cuando vio el queso, empezó a urdir la forma de quitárselo. Con ese fin le dijo:
»-Don Cuervo, desde hace mucho tiempo he oído hablar de vos, de vuestra nobleza y de vuestra gallardía, pero aunque os he buscado por todas partes, ni Dios ni mi suerte me han permitido encontraros antes. Ahora que os veo, pienso que sois muy superior a lo que me decían. Y para que veáis que no trato de lisonjearos, no sólo os diré vuestras buenas prendas, sino también los defectos que os atribuyen. Todos dicen que, como el color de vuestras plumas, ojos, patas y garras es negro, y como el negro no es tan bonito como otros colores, el ser vos tan negro os hace muy feo, sin darse cuenta de su error pues, aunque vuestras plumas son negras, tienen un tono azulado, como las del pavo real, que es la más bella de las aves. Y pueS        vuestros ojos son para ver, como el negro hace ver mejor, los ojos negros son los mejores y por ello todos alaban los ojos de la gacela, que los tiene más oscuros que ningún animal. Además, vuestro pico y vuestras uñas son más fuertes que los de ninguna otra ave de vuestro tamaño. También quiero
deciros que voláis con tal ligereza que podéis ir contra el viento, aunque sea muy fuerte, cosa que otras muchas aves no pueden hacer tan fácilmente como vos. Y así creo que, como Dios todo lo hace bien, no habrá consentido que vos, tan perfecto en todo, no pudieseis cantar mejor que el resto de las aves, y porque Dios me ha otorgado la dicha de veros y he podido comprobar que sois más bello de lo que dicen, me sentiría muy dichosa de oír vuestro canto.
»Señor Conde Lucanor, pensad que, aunque la intención de la zorra era engañar al cuervo, siempre le dijo verdades a medias y, así, estad seguro de que una verdad engañosa producirá los peores males y perjuicios.
»Cuando el cuervo se vio tan alabado por la zorra, como era verdad cuanto decía, creyó que no lo engañaba y, pensando que era su amiga, no sospechó que lo hacía por quitarle el queso. Convencido el cuervo por sus palabras y halagos, abrió el pico para cantar, por complacer a la zorra. Cuando abrió la boca, cayó el queso a tierra, lo cogió la zorra y escapó con él. Así fue engañado el cuervo por las alabanzas de su falsa amiga, que le hizo creerse más hermoso y más perfecto de lo que realmente era.
»Y vos, señor Conde Lucanor, pues veis que, aunque Dios os otorgó muchos bienes, aquel hombre os quiere convencer de que vuestro poder y estado aventajan en mucho la realidad, creed que lo hace por engañaros. Y, por tanto, debéis estar prevenido y actuar como hombre de buen juicio.
Al conde le agradó mucho lo que Patronio le dijo e hízolo así. Por su buen consejo evitó que lo engañaran.
Y como don Juan creyó que este cuento era bueno, lo mandó poner en este libro e hizo estos versos, que resumen la moraleja. Estos son los versos:
Quien te encuentra bellezas que no tienes, siempre busca quitarte algunos bienes.




ROMANCERO VIEJO

Época:………………………….. Tema:…………………………………………………………………………..
Género literario……………………………………………………………………………………………………..

ROMANCE DE ABENÁMAR
–¡Abenámar, Abenámar, moro de la morería, el día que tú naciste grandes señales había! Estaba la mar en calma, la luna estaba crecida: moro que en tal signo nace:
no debe decir mentira. Allí respondiera el moro, bien oiréis lo que decía: –Yo te la diré, señor, aunque me cueste la vida, porque soy hijo de un moro y una cristiana cautiva; siendo yo niño y muchacho mi madre me lo decía: que mentira no dijese, que era grande villanía; por tanto pregunta, rey, que la verdad te diría. –Yo te agradezco, Abenámar, aquesa tu cortesía. ¿Qué castillos son aquéllos? ¡Altos son y relucían! –El Alhambra era, señor, y la otra la mezquita, los otros los Alixares, labrados a maravilla. El moro que los labraba cien doblas ganaba al día, y el día que no los labra, otras tantas se perdía. El otro es Generalife, huerta que par no tenía. El otro Torres Bermejas, castillo de gran valía. Allí habló el rey don Juan, bien oiréis lo que decía: –Si tú quisieses, Granada, contigo me casaría; darete en arras y dote a Córdoba y a Sevilla. –Casada soy, rey don Juan, casada soy, que no viuda; el moro que a mí me tiene muy grande bien me quería.
ROMANCE DE ÁLORA LA BIEN CERCADA
Álora, la bien cercada, tú que estás a par del río, cercote el adelantado una mañana en domingo,
con peones y hombres de armas hecho la había un portillo. Viérades moros y moras que iban huyendo al castillo; las moras llevaban ropa,
los moros, harina y trigo. Por encima del adarve su pendón llevan tendido. Allá detras de una almena quedádose ha un morillo con una ballesta armada
y en ella puesta un cuadrillo. Y en altas voces decía que la gente lo ha oído: –¡Treguas, tregua, adelantado, que tuyo se da el castillo! Alzó la visera arriba,
para ver quié lo había dicho, apuntáralo a la frente, salídole ha el colodrillo. Tómale Pablo de rienda,
de la mano Jacobico, que eran dos esclavos suyos que había criado de chicos. Llévanle a los maestros, por ver si le dan guarido. A las primeras palabras por testamento les dijo que él a dios se encomendaba y el alma se le ha salido.
ROMANCE DEL CERCO DE BAZA
Sobre Baza estaba el rey, lunes, después de yantar; Miraba las ricas tiendas que estaban en su real; miraba las huertas grandes y miraba el arrabal; miraba el adarve fuerte que tenía la ciudad; miraba las torres espesas, que no las puede contar. Un moro tras una almena comenzóle de hablar: –Vete, el rey don Fernando,
non querrás aquí envernar, que los fríos de esta tierra no los podrás comportar. Pan tenemos por diez años, mil vacas para salar;
veinte mil moros hay dentro, todos de armas tomar, ochocientos de caballo para el escaramuzar;
siete caudillos tenemos, tan buenos como Roldán, y juramento tienen hecho antes morir que se dar.
ROMANCE DEL CONDE DE NIEBLA
–Dadme nuevas, caballeros, nuevas me querais dar de aquese conde de Niebla, don Enrique de Guzmán, que hace guerra a los moros, y ha cercado a Gibraltar. Hoy veo jergas en mi corte, ayer vi fiestas asaz;
Si algún grande ha fallecido, de Castilla y de mi sangre, o don Álvaro de Luna, el maestre y condestable. –Ningún grande ha fallecido ni hombre de vuestra sangre, ni don Álvaro de Luna,
el maestre y condestable. mas es muerto un caballero, que era su valor muy grande que veredes a los moros en cuán poco vos ternán, Por ayudar a los suyos podiéndose bien salvar, por oír sólo su nombre, por se oír sólo llamar. Tornó en un batel pequeño a la braveza del mar. Don Enrique es, Rey, aqueste, don Enrique de Guzmán: dejad, señor, los brocados, no querades más solaz.
El rey oyendo tal nueva hubo en extremo pesar, porque tan buen caballero no se quisiera salvar;
e mandó traer su hijo, aquel que quedado le ha, y de Medina Sidonia duque le fue a titular.
ROMANCE DEL ALCAIDE DE ALHAMA
–Moro alcaide, moro alcaide, el de la barba vellida, el rey os manda prender porque Alhama era perdida. –Si el rey me manda prender porque Alhama se perdía,
el rey lo puede hacer, mas yo nada le debía, porque yo era ido a Ronda a bodas de una mi prima; yo dejé cobro en Alhama el mejor que yo podía. Si el rey perdió su ciudad, yo perdí cuanto tenía: perdí mi mujer y hijos, las cosas que más quería.
ROMANCE DE LA PÉRDIDA DE ALHAMA
Paseábase el rey moro por la ciudad de Granada, desde la puerta de Elvira hasta la de Vivarambla –¡Ay de mi Alhama! Cartas le fueron venidas que Alhama era ganada. Las cartas echó en el fuego, y al mensajero matara. –¡Ay de mi Alhama! Descabalga de una mula y en un caballo cabalga, por el Zacatín arriba subido se había al Alhambra. –¡Ay de mi Alhama!
Como en el Alhambra estuvo, al mismo punto mandaba que se toquen sus trompetas, sus añafiles de plata.
–¡Ay de mi Alhama! Y que las cajas de guerra apriesa toquen el arma, porque lo oigan sus moros, los de la Vega y Granada. –¡Ay de mi Alhama! Los moros, que el son oyeron, que al sangriento Marte llama, uno a uno y dos a dos juntado se ha gran batalla. –¡Ay de mi Alhama! Allí habló un moro viejo, de esta manera hablara: –¿Para qué nos llamas, rey? ¿Para qué es esta llamada? –¡Ay de mi Alhama! –Habéis de saber, amigos, una nueva desdichada: que cristianos de braveza ya nos han ganado Alhama. –¡Ay de mi Alhama! Allí habló un alfaquí, de barba crecida y cana: –Bien se te emplea, buen rey, buen rey, bien se te empleara –¡Ay de mi Alhama! –Mataste los Bencerrajes, que eran la flor de Granada; cogiste los tornadizos de Córdoba la nombrada. –¡Ay de mi Alhama! Por eso mereces, rey, una pena muy doblada: que te pierdas tú y el reino, y aquí se pierda Granada. –¡Ay de mi Alhama!
ROMANCE DEL MAESTRE DE CALATRAVA
¡Ay, Dios, qué buen caballero el Maestre de Calatrava! ¡Qué bien que corre los moros
por la vega de Granada, dende la puerta de Quiros hasta la Sierra Nevada! Trecientos comendadores, todos de cruz colorada dende la puerta de Quiros les va arrojando la lanza. Las puertas eran de pino, de banda a banda les pasa: tres moricos dejó muertos de los buenos de Granada, que el uno ha nombre Alanese, el otro agameser se llama,
el otro ha nombre Gonzalo, hijo de la renegada. Sabido lo ha Albayaldos en un paso que guardaba.

COPLAS A LA MUERTE DE SU PADRE


Época:………………………….. Tema:…………………………………………………………………………..
Género literario……………………………………………………………………………………………………..


Coplas por la muerte de su padre


  Recuerde el alma dormida,         
avive el seso y despierte
contemplando
cómo se pasa la vida,
cómo se viene la muerte              5
tan callando,
cuán presto se va el placer,
cómo, después de acordado,
da dolor;
cómo, a nuestro parecer,             10
cualquiera tiempo pasado
fue mejor.

  Pues si vemos lo presente
cómo en un punto se es ido
y acabado,                           15
si juzgamos sabiamente,
daremos lo no venido
por pasado.
No se engañe nadie, no,
pensando que ha de durar             20
lo que espera,
más que duró lo que vio
porque todo ha de pasar
por tal manera.

  Nuestras vidas son los ríos        25
que van a dar en la mar,
que es el morir;
allí van los señoríos
derechos a se acabar
y consumir;                          30
allí los ríos caudales,
allí los otros medianos
y más chicos,
y llegados, son iguales
los que viven por sus manos          35
y los ricos.

Invocación:

  Dejo las invocaciones
de los famosos poetas
y oradores;
no curo de sus ficciones,            40
que traen yerbas secretas
sus sabores;
A aquél sólo me encomiendo,
aquél sólo invoco yo
de verdad,                           45
que en este mundo viviendo
el mundo no conoció
su deidad.

  Este mundo es el camino
para el otro, que es morada          50
sin pesar;
mas cumple tener buen tino
para andar esta jornada
sin errar.
Partimos cuando nacemos,             55
andamos mientras vivimos,
y llegamos
al tiempo que fenecemos;
así que cuando morimos
descansamos.                         60

  Este mundo bueno fue
si bien usáramos de él
como debemos,
porque, según nuestra fe,
es para ganar aquél                  65
que atendemos.
Aun aquel hijo de Dios,
para subirnos al cielo
descendió
a nacer acá entre nos,               70
y a vivir en este suelo
do murió.

  Ved de cuán poco valor
son las cosas tras que andamos
y corremos,                          75
que en este mundo traidor,
aun primero que muramos
las perdamos:
de ellas deshace la edad,
de ellas casos desastrados           80
que acaecen,
de ellas, por su calidad,
en los más altos estados
desfallecen.

  Decidme: la hermosura,             85
la gentil frescura y tez
de la cara,
el color y la blancura,
cuando viene la vejez,
¿cuál se para?                       90
Las mañas y ligereza
y la fuerza corporal
de juventud,
todo se torna graveza
cuando llega al arrabal              95
de senectud.

  Pues la sangre de los godos,
y el linaje y la nobleza
tan crecida,
¡por cuántas vías y modos            100
se pierde su gran alteza            
en esta vida!
Unos, por poco valer,
¡por cuán bajos y abatidos
que los tienen!                      105
otros que, por no tener,            
con oficios no debidos
se mantienen.

  Los estados y riqueza
que nos dejan a deshora,             110
¿quién lo duda?                 
no les pidamos firmeza,
pues son de una señora
que se muda.
Que bienes son de Fortuna            115
que revuelven con su rueda          
presurosa,
la cual no puede ser una
ni estar estable ni queda
en una cosa.                         120

  Pero digo que acompañen             
y lleguen hasta la huesa
con su dueño:
por eso nos engañen,
pues se va la vida apriesa           125
como sueño;                     
y los deleites de acá
son, en que nos deleitamos,
temporales,
y los tormentos de allá,             130
que por ellos esperamos,             
eternales.

  Los placeres y dulzores
de esta vida trabajada
que tenemos,                         135
no son sino corredores,             
y la muerte, la celada
en que caemos.
No mirando nuestro daño,
corremos a rienda suelta             140
sin parar;                      
desque vemos el engaño
y queremos dar la vuelta,
no hay lugar.

  Si fuese en nuestro poder          145
hacer la cara hermosa               
corporal,
como podemos hacer
el alma tan glorïosa,
angelical,                           150
¡qué diligencia tan viva            
tuviéramos toda hora,
y tan presta,
en componer la cativa,
dejándonos la señora                 155
descompuesta!          
…………









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