FRAGMENTOS MEDIEVALES
LIBRO DE BUEN AMOR: JUAN RUIZ
ARCIPRESTE DE HITA
Época:…………………………..
Tema:…………………………………………………………………………..
Género
literario……………………………………………………………………………………………………..
Aristóteles
dijo, y es cosa verdadera...
Aristóteles dijo, y es cosa verdadera,
que el
hombre por dos cosas trabaja: la primera,
por el sustentamiento, y la segunda
era
por conseguir unión con hembra placentera.
Si lo dijera yo, se podría
tachar,
mas lo dice un filósofo, no se me ha de culpar.
De lo que dice el sabio
no debemos dudar,
pues con hechos se prueba su sabio razonar.
Que dice verdad
el sabio claramente se prueba;
hombres, aves y bestias, todo animal de
cueva
desea, por natura, siempre compaña nueva
y mucho más el hombre que otro
ser que se mueva.
Digo que más el hombre, pues otras criaturas
tan sólo en una
época se juntan, por natura;
el hombre, en todo tiempo, sin seso y sin
mesura,
siempre que quiere y puede hacer esa locura.
Prefiere el fuego estar
guardado entre ceniza,
pues antes se consume cuanto más se le atiza;
el hombre,
cuando peca, bien ve que se desliza,
mas por naturaleza, en el mal
profundiza.
Yo, como soy humano y, por tal, pecador,
sentí por las mujeres, a
veces, gran amor.
Que probemos las cosas no siempre es lo peor;
el bien y el
mal sabed y escoged lo mejor.
[...]
Cántiga de
los clérigos de Talavera
Allá por Talavera, a principios de abril,
llegadas
son las cartas de Arzobispo don Gil,
en las cuales venía un mandato no vil
que,
si a alguno agradó, pesó a más de dos mil.
Este pobre Arcipreste, que traía el
mandado,
más lo hacía a disgusto, creo yo, que de grado.
Mandó juntar Cabildo;
de prisa fue juntado,
¡pensaron que traía otro mejor recado!
Comenzó el
Arcipreste a hablar y dijo así:
-«Si a vosotros apena, también me pesa a
mí.
¡Pobre viejo mezquino! ¡En qué envejecí,
en ver lo que estoy viendo y en
mirar lo que vi!»
Llorando de sus ojos comenzó esta razón:
Dijo: -«¡El Papa
nos manda esta Constitución,
oS lo he de decir, sea mi gusto o no,
aunque por
ello sufra de rabia el corazón.»
Las cartas recibidas eran de esta manera;
Que
el cura o el casado, en toda Talavera,
no mantenga manceba, casada ni
soltera:
el que la mantuviese, excomulgado era.
Con aquestas razones que el
mandato decía
quedó muy quebrantada toda la clerecía;
algunos de los legos
tomaron acedía.
Para tomar acuerdos juntáronse otro día.
Estando reunidos
todos en la capilla,
levantóse el Deán a exponer su rencilla.
Dijo: -«Amigos,
yo quiero que todos en cuadrilla
nos quejemos del Papa ante el Rey de
Castilla.
»Aunque clérigos, somos vasallos naturales,
le servimos muy bien,
fuimos siempre leales
demás lo sabe el Rey: todos somos carnales.
Se
compadecerá de aquestos nuestros males.
»¿Dejar yo a Venturosa, la que
conquisté antaño?
Dejándola yo a ella recibiera gran daño;
regalé de anticipo
doce varas de paño
y aún, ¡por la mi corona!, anoche fue al baño.
»Antes
renunciaría a toda mi prebenda
y a la mi dignidad y a toda la mi renta,
que
consentir que sufra Venturosa esa afrenta.
Creo que muchos otros seguirán esta
senda.»
Juró por los Apóstoles y por cuanto más vale,
con gran ahincamiento,
así como Dios sabe,
con los ojos llorosos y con dolor muy grande:
-«Novis
enim dimittere -exclamó - quoniam suave!-»
Habló en pos del Deán,
de prisa, el Tesorero;
era, en aquella junta, cofrade justiciero.
Dijo:
-«Amigos, si el caso llega a ser verdadero,
si vos esperáis mal, yo lo peor
espero.
»Si de vuestro disgusto a mí mucho me pesa,
¡también me pesa el
propio, a más del de Teresa!
Dejaré a Talavera, me marcharé a Oropesa,
antes que
separarla de mí y de mi mesa.
»Pues nunca tan leal fue Blanca Flor a
Flores,
ni vale más Tristán, con todos sus amores;
ella conoce el modo de
calmar los ardores,
si de mí la separo, volverán los dolores.
»Como suele
decirse: el perro, en trance angosto,
por el miedo a la muerte, al amo muerde
el rostro;
isi cojo al Arzobispo en algún paso angosto,
tal vuelta le daría que
no llegara a agosto!»
Habló después de aqueste, Chantre Sancho Muñoz.
Dijo:
-«Aqueste Arzobispo, ¿qué tendrá contra nos?
Él quiere reprochamos lo que
perdonó Dios;
por ello, en este escrito apelo, ¡avivad vos!
»Pues si yo tengo
o tuve en casa una sirvienta,
no tiene el Arzobispo que verlo como afrenta;
que
no es comadre mía ni tampoco parienta,
huérfana la crié; no hay nada en que yo mienta.
»Mantener
a una huérfana es obra de piedad,
lo mismo que a viudas, ¡esto es mucha
verdad!
Si el Arzobispo dice que es cosa de maldad,
¡abandonad las buenas y a
las malas buscad!
»Don Gonzalo, Canónigo, según vengo observando,
de esas
buenas alhajas ya se viene prendando;
las vecinas del barrio murmuran,
comentando
que acoge a una de noche, contra lo que les mando.»
Pero no
prolonguemos ya tanto las razones;
apelaron los clérigos, también los
clerizones;
enviaron de prisa buenas apelaciones
y después acudieron a más
procuraciones.
Elogio de
la mujer chiquita
Quiero abreviar, señores, esta predicación
porque siempre
gusté de pequeño sermón
y de mujer pequeña y de breve razón,
pues lo poco y
bien dicho queda en el corazón.
De quien mucho habla, ríen; quien mucho ríe es
loco;
hay en la mujer chica amor grande y no poco.
Cambié grandes por chicas,
mas las chicas no troco.
Quien da chica por grande se arrepiente del troco.
De
que alabe a las chicas el Amor me hizo ruego;
que cante sus noblezas, voy a decirlas
luego.
Loaré a las chiquitas, y lo tendréis por juego.
¡Son frías como nieve y
arden más que el fuego!
Son heladas por fuera pero, en amor, ardientes;
en la
cama solaz, placenteras, rientes,
en la casa, hacendosas, cuerdas y
complacientes;
veréis más cualidades tan pronto paréis mientes.
En pequeño
jacinto yace gran resplandor,
en azúcar muy poco yace mucho dulzor,
en la
mujer pequeña yace muy gran amor,
pocas palabras bastan al buen entendedor.
Es muy pequeño el grano de la buena pimienta,
pero más que la nuez
reconforta y calienta:
así, en mujer pequeña, cuando en amor consienta,
no hay
placer en el mundo que en ella no se sienta.
Como en la chica rosa está mucho
color,
Como en oro muy poco, gran precio y gran valor,
como en poco perfume yace
muy buen olor,
así, mujer pequeña guarda muy gran amor.
Como rubí pequeño
tiene mucha bondad,
color virtud y precio, nobleza y claridad,
así, la mujer
chica tiene mucha beldad,
hermosura y donaire, amor y lealtad.
Chica es la
calandria y chico el ruiseñor,
pero más dulce cantan que otra ave mayor;
la
mujer, cuando es chica, por eso es aún mejor,
en amor es más dulce que azúcar y
que flor.
Son aves pequeñuelas papagayo y orior,
pero cualquiera de ellas es
dulce cantador;
gracioso pajarillo, preciado trinador,
como ellos es la dama
pequeña con amor.
Para mujer Pequeña no hay comparación:
terrenal paraíso y
gran consolación,
recreo y alegría, placer y bendición,
mejor es en la prueba
que en la salutación.
Siempre quise a la chica más que a grande o mayor;
¡escapar
de un mal grande nunca ha sido un error!
Del mal tomar lo menos, dícelo el
sabidor,
por ello, entre mujeres, ¡la menor es mejor
En la cama
muy loca, en la casa muy cuerda...
»En la cama
muy loca, en la casa muy cuerd:
no olvides tal mujer, sus ventajas
recuerda.
Esto que te aconsejo con Ovidio concuerda
y para ello hace falta
mensajera no lerda.
[...]
Habla el
amor...
»Si quieres amar dueñas o a cualquier mujer
muchas cosas tendrás
primero que aprender
para que ella te quiera en amor acoger.
Primeramente, mira
qué mujer escoger.
»Busca mujer hermosa, atractiva y lozana,
que no sea muy
alta, pero tampoco enana;
si pudieres, no quieras amar mujer villana,
pues de
amor nada sabe, palurda y chabacana.
»Busca mujer esbelta, de cabeza pequeña,
cabellos
amarillos, no teñidos de alheña;
las cejas apartadas, largas, altas, en
peña;
ancheta de caderas, ésta es talla de dueña.
»Ojos grandes, hermosos,
expresivos, lucientes
y con largas pestañas, bien claros y rientes;
las orejas
pequeñas, delgadas; para mientes
si tiene el cuello alto, así gusta a las
gentes.
»La nariz afilada, los dientes menudillos,
iguales y muy blancos, un
poco apartadillos,
las encías bermejas, los dientes agudillos,
los labios de su
boca bermejos, angostillos
»La su boca pequeña, así, de buena guisa,
su cara
sea blanca, sin vello, clara y lisa;
conviene que la veas primero sin
camisa
pues la forma del cuerpo te dirá: ¡esto aguisa!
[...]
Haz a la
dama un día la vergüenza perder...
»Haz a la dama un día la vergüenza
perder
pues esto es importante, si la quieres tener,
una vez que no tiene
vergüenza la mujer
hace más diabluras de las que ha menester.
»Talante de
mujeres ¿quién lo puede entender?
su maestría es mala, mucho su mal
saber.
Cuando están encendidas y el mal quieren hacer
el alma y cuerpo y fama,
todo echan a perder.
»Cuando el jugador pierde la vergüenza al tablero,
si el
abrigo perdiere, jugará su braguero;
cuando la cantadora lanza el cantar
primero
siempre los pies le bullen, mal acaba el pandero.
»Tejedor y coplera
nunca tienen pies quedos,
en telar y en el baile siempre bullen los dedos;
'la
mujer sin pudor, ni aun por diez Toledos
dejaría de hacer sus antojos y
enredos.
»No abandones tu dama, no dejes que esté quieta,
siempre requieren
uso mujer, molino y huerta;
no quieren en su casa pasar días de fiesta,
no
quieren el olvido; cosa probada y cierta.
»Es cosa bien segura: molino andando
gana
huerta mejor labrada da la mejor manzana,
mujer muy requerida anda siempre
lozana;
con estas tres verdades no obrarás cosa vana.
»Dejó uno a su mujer (te
contaré la hazaña;
si la estimas en poco, cuéntame otra tamaña)
Era don Pitas
Payas un pintor de Bretaña,
casó con mujer joven que amaba la compaña.
»Antes
del mes cumplido dijo él: -Señora mía,
a Flandes volo ir; regalos portaría.
Dijo
ella: -Monseñor; escoged vos el día,
mas no olvidéis la casa ni la persona
mía.
»Dijo don Pitas Payas: -Dueña de la hermosura,
yo volo en vuestro
cuerpo pintar una figura
para que ella os impida hacer cuelquier locura.
Contestó:
Monseñor; haced vuestra mesura.
»Pintó bajo su ombligo un pequeño
cordero
y marchó Pitas Payas cual nuevo mercadero;
estuvo allá dos años, no fue
azar pasajero.
Cada mes a la dama parece un año entero.
»Hacía poco tiempo que
ella estaba casada,
había con su esposo hecho poca morada;
un amigo tomó y
estuvo acompañada,
deshízose el cordero, ya de él no queda nada.
»Cuando supo
la dama que venía el pintor,
muy deprisa llamó a su nuevo amador;
dijo que le
pintase, cual supiese mejor,
en aquel lugar mismo un cordero menor.
»Pero con
la gran prisa pintó un señor carnero,
cumplido de cabeza, con todo un buen
apero.
Luego, al siguiente día, vino allí un mensajero:
que ya don Pitas Payas
llegaría ligero.
»Cuando al fin el pintor de Flandes fue venido,
su mujer,
desdeñosa, fría le ha recibido:
cuando ya en su mansión con ella se ha
metido,
la señal que pintara no ha echado en olvido.
»Dijo don Pitas Payas: -Madona,
perdonad,
mostradme la figura y tengamos solaz.
-Monseñor
-dijo ella-, vos mismo la mirad:
todo lo que quisieres hacet; hacedlo audaz.
»Miró
don Pitas Payas el sabido lugar
y vio aquel gran carnero con armas de
prestar.
-¿Cómo, madona, es esto? ¿Cómo puede pasar
que yo pinté
corder y encuentro este manjar?
»Como en estas razones es siempre la
mujer
sutil y mal sabida, dijo: -¿Qué, monseñer?
¿Petit cordet; dos
años, no se ha de hacer carner?
Si no tardaseis tanto aún sería cordel.
»Por
tanto, ten cuidado, no abandones la pieza,
no seas Pitas Payas, para otro no se
cueza;
incita a la mujer con gran delicadeza
y si promete al fin, guárdate de
tibieza.
»Alza Pedro la liebre, la saca del cubil,
mas, si no la persigue, es
un cazador vil;
otro Pedro la sigue, la corre más sutil
y la toma: esto pasa a
cazadores mil.
»Medita la mujer: -Otro Pedro es aqueste
más apuesto
y osado, mejor amante es éste
comparado con él no vale el otro un feste,
con
el nuevo iré yo, ¡Dios ayuda me preste!
[...]
Las ranas que
demandaban un rey
Las ranas en un lago cantaban et jugaban,
cosa non las
nucía, bien solteras andaban,
creyeron al diablo que de mal se
pagaban,
pidieron Rey a Don Júpiter, mucho gelo rogaban.
Envióles Don Júpiter
una viga de lagar,
la mayor quel pudo, cayó en ese lugar:
el grand golpe del
fuste fizo las ranas callar,
mas vieron que no era Rey para las
castigar.
Suben sobre la viga cuantas podían subir,
digeron: non es este Rey
para lo nos servir:
pidieron Rey a Don Júpiter como lo solían pedir,
Don
Júpiter con saña hóbolas de oír.
Envióles por su Rey cigueña mansillera,
cercaba
todo el lago, ansí fas la ribera,
andando pico abierta como era venternera
de
dos en dos las ranas comía bien ligera.
Querellando a Don Júpiter, dieron
voces las ranas:
señor, señor, acórrenos, tú que matas et sanas,
el Rey que tú
nos diste por nuestras voces vanas
danos muy malas tardes et peores mañanas.
Su vientre nos sotierra, su pico nos estraga,
de dos en dos nos come, nos
abarca et nos traga:
señor, tú nos defiende, señor, tú ya nos paga,
danos la tu
ayuda, tira de nos tu plaga.
Respondióles Don Júpiter: tened lo que pedistes
el Rey tan demandado por cuantas voces distes:
vengué vuestra locura, ca en
poco tuvistes
ser libres et sin premia: reñid, pues lo quisistes.
Quien tiene
lo quel' cumple, con ello sea pagado,
quien puede ser suyo, non sea
enagenado,
el que non toviere premia non quiera ser premiado,
libertad e
soltura non es por oro comprado.
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CONDE
LUCANOR (DON JUAN MANUEL)
Época:…………………………..
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Género
literario……………………………………………………………………………………………………..
Cuento I
Lo que sucedió a un rey y a un ministro suyo
-32-
Una vez estaba hablando apartadamente el Conde Lucanor con
Patronio, su consejero, y le dijo:
-Patronio, un hombre ilustre, poderoso y rico, no hace mucho
me dijo de modo confidencial que, como ha tenido algunos problemas en sus
tierras, le gustaría abandonarlas para no regresar jamás, y, como me profesa
gran cariño y confianza, me querría dejar todas sus posesiones, unas vendidas
y otras a mi cuidado. Este deseo me parece honroso y útil para mí, pero antes
quisiera saber qué me aconsejáis en este asunto.
-Señor Conde Lucanor -dijo Patronio-, bien sé que mi
consejo no os hace mucha falta, pero, como confiáis en mí, debo deciros que
ese que se llama vuestro amigo lo ha dicho todo para probaros y me parece que
os ha sucedido con él como le ocurrió a un rey con un ministro.
El Conde Lucanor le pidió que le contara lo ocurrido.
-Señor -dijo Patronio-, había un rey que tenía un
ministro en quien confiaba mucho. Como a los hombres afortunados la gente
siempre los envidia, así ocurrió con él, pues los demás privados, recelosos
de su influencia sobre el rey, buscaron la forma de hacerle caer en desgracia
con su señor. Lo acusaron repetidas veces ante el rey, aunque no consiguieron
que el monarca le retirara su confianza, dudara de su lealtad o prescindiera de
sus servicios. Cuando vieron la inutilidad de sus acusaciones, dijeron al rey
que aquel ministro maquinaba su muerte para que su hijo menor subiera al trono
y, cuando
él tuviera la tutela del infante, se haría con todo el
poder proclamándose señor de aquellos reinos. Aunque hasta entonces no
habían conseguido levantar sospecha en el ánimo del rey, ante estas
murmuraciones el monarca empezó a recelar de él; pues en los asuntos más
importantes no es juicioso esperar que se cumplan, sino prevenirlos cuando aún
tienen remedio. Por ello, desde que el rey concibió dudas de su privado,
andaba receloso, aunque no quiso hacer nada contra él hasta estar seguro de la
verdad.
»Quienes urdían la caída del privado real aconsejaron al
monarca el modo de probar sus intenciones y demostrar así que era cierto
cuanto se decía de él. Para ello expusieron al rey un medio muy ingenioso que
os contaré en seguida. El rey resolvió hacerlo y lo puso en práctica,
siguiendo los consejos de los demás ministros.
»Pasados unos días, mientras conversaba con su privado, le
dijo entre otras cosas que estaba cansado de la vida de este mundo, pues le
parecía que todo era vanidad. En aquella ocasión no le dijo nada más. A los
pocos días de esto, hablando otra vez con aquel ministro, volvió el rey sobre
el mismo tema, insistiendo en la vaciedad de la vida que llevaba y de cuanto
boato rodeaba su existencia. Esto se lo dijo tantas veces y de tantas maneras
que el ministro creyó que el rey estaba desengañado de las vanidades del
mundo y que no le satisfacían ni las riquezas ni los placeres en que vivía.
El rey, cuando vio que a su privado le había convencido, le dijo un día que
estaba decidido a alejarse de las glorias del mundo y quería marcharse a un
lugar recóndito donde nadie lo conociera para hacer allí penitencia por sus
pecados. Recordó al ministro que de esta forma pensaba lograr el perdón de
Dios y ganar la gloria del Paraíso.
»Cuando el privado oyó decir esto a su rey, pretendió disuadirlo
con numerosos argumentos para que no lo hiciera. Por ello, le dijo al monarca
que, si se retiraba al desierto, ofendería a Dios, pues abandonaría a cuantos
vasallos y gentes vivían en su reino, hasta ahora gobernados en paz y en
justicia, y que, al ausentarse él, habría desórdenes y guerras civiles, en
las que Dios sería ofendido y la tierra destruida. También le dijo que,
aunque no dejara de cumplir su deseo por esto, debía seguir en el trono por su
mujer y por su hijo, muy pequeño, que correrían mucho peligro tanto en sus
bienes como en sus propias vidas.
»A esto respondió el rey que, antes de partir, ya había
dispuesto la forma en que el reino quedase bien gobernado y su esposa, la
reina, y su hijo, el infante, a salvo de cualquier peligro. Todo se haría de
esta manera: puesto que a él lo había criado en palacio y lo había colmado
de honores, estando siempre satisfecho de su lealtad y de sus servicios, por lo
que confiaba en él más que en ninguno de sus privados y consejeros, le encomendaría
la protección de la reina y del infante y le entregaría todos los fuertes y
bastiones del reino, para que nadie pudiera levantarse contra el heredero. De
esta manera, si volvía al cabo de un tiempo, el rey estaba seguro de -35- encontrar
en paz y en orden cuanto le iba a entregar. Sin embargo, si muriera, también
sabía que serviría muy bien a la reina, su esposa, y que educaría en la
justicia al príncipe, a la vez que mantendría en paz el reino hasta que su
hijo tuviera la edad de ser proclamado rey. Por todo esto, dijo al ministro, el
reino quedaría en paz y él podría hacer vida retirada.
»Al oír el privado que el rey le quería encomendar su
reino y entregarle la tutela del infante, se puso muy contento, aunque no dio
muestras de ello, pues pensó que ahora tendría en sus manos todo el poder,
por lo que podría obrar como quisiere.
»Este ministro tenía en su casa, como cautivo, a un hombre
muy sabio y gran filósofo, a quien consultaba cuantos asuntos había de
resolver en la corte y cuyos consejos siempre seguía, pues eran muy profundos.
»Cuando el privado se partió del rey, se dirigió a su casa
y le contó al sabio cautivo cuanto el monarca le había dicho, entre
manifestaciones de alegría y contento por su buena suerte ya que el rey le iba
a entregar todo el reino, todo el poder y la tutela del infante heredero.
»Al escuchar el filósofo que estaba cautivo el relato de su
señor, comprendió que este había cometido un grave error, pues sin duda el
rey había descubierto que el ministro ambicionaba el poder sobre el reino y
sobre el príncipe. Entonces comenzó a reprender severamente a su señor
diciéndole que su vida y hacienda corrían grave peligro, pues cuanto el rey
le había dicho no era sino para probar las acusaciones que algunos habían
levantado contra él y no por que pensara hacer vida retirada y de penitencia.
En definitiva, su rey había querido probar su lealtad y, si viera que se
alegraba de alzarse con todo el poder, su vida correría gravísimos riesgos.
»Cuando el privado del rey escuchó las razones de su
cautivo, sintió gran pesar, porque comprendió que todo había sido preparado
como este decía. El sabio, que lo vio tan acongojado, le aconsejó un medio
para evitar el peligro que lo amenazaba.
»Siguiendo sus consejos, el privado, aquella misma noche, se
hizo rapar la cabeza y cortar la barba, se vistió con una túnica muy tosca y
casi hecha jirones, como las que llevan los mendigos que piden en las
romerías, cogió un bordón y se calzó unos zapatos rotos aunque bien
clavados, y cosió en los pliegues de sus andrajos una gran cantidad de doblas
de oro. Antes del amanecer encaminó sus pasos a palacio y pidió al guardia de
la puerta que dijese al rey que se levantase, para que ambos pudieran abandonar
el reino antes de que la gente despertara, pues él ya lo estaba esperando; le
pidió también que todo se lo dijera sin ser oído por nadie. El guardia,
cuando así vio al privado del rey, quedó muy asombrado, pero fue a la cámara
real y dio el mensaje al rey, que también se asombró mucho e hizo pasar a su
privado.
»El rey, al ver con aquellos harapos a su ministro, le
preguntó por qué iba vestido así. Contestó el privado que, puesto que el
rey le había expresado su intención de irse al desierto y como seguía
dispuesto a hacerlo, él, que era su privado, no quería olvidar cuantos
favores le debía, sino que, al igual que había compartido los honores y los
bienes de su rey, así, ahora que él marchaba a otras tierras para llevar vida
de penitencia, querría él seguirlo para compartirla con su señor. Añadió
el ministro que, si al rey no le dolían ni su mujer, ni su hijo, ni su reino,
ni cuantos bienes dejaba, no había motivo para que él sintiese mayor apego,
por lo cual partiría con él y le serviría siempre, sin que nadie lo notara.
Finalmente le dijo que llevaba tanto dinero cosido a su ropa que nunca habría
de faltarles nada en toda su vida y que, pues habían de partir, sería mejor
hacerlo antes de que pudiesen ser reconocidos.
»Cuando el rey oyó decir esto a su privado, pensó que
actuaba así por su lealtad y se lo agradeció mucho, contándole cómo lo
envidiaban los otros privados, que estuvieron a punto de engañarlo, y cómo
él se decidió aprobar su fidelidad. Así fue como el ministro estuvo a punto
de ser engañado por su ambición, pero Dios quiso protegerlo por medio del
consejo que le dio aquel sabio cautivo en su casa.
»Vos, señor conde, es preciso que evitéis caer en el
engaño de quien se dice amigo vuestro, pero ciertamente lo que os propuso
sólo es para probaros y no porque piense hacerlo. Por eso os convendrá hablar
con él, para que le demostréis que sólo buscáis su honra y provecho, sin
sentir ambición ni deseo de sus bienes, pues la amistad no puede durar mucho
cuando se ambicionan las riquezas de un amigo.
El conde vio que Patronio le había aconsejado muy bien,
obró según sus recomendaciones y le fue muy provechoso hacerlo así.
Y, viendo don Juan que este cuento era bueno, lo mandó
escribir en este libro e hizo estos versos que condensan toda su moraleja:
No penséis ni creáis que por un amigo hacen algo los
hombres que les sea un peligro.
También hizo otros que dicen así:
Con la ayuda de Dios y con buen consejo, sale el hombre de
angustias y cumple su deseo.
Cuento II
Lo que sucedió a un hombre bueno con su hijo
Otra vez, hablando el Conde Lucanor con Patronio, su
consejero, le dijo que estaba muy preocupado por algo que quería hacer, pues,
si acaso lo hiciera, muchas personas encontrarían motivo para criticárselo;
pero, si dejara de hacerlo, creía él mismo que también se lo podrían
censurar con razón. Contó a Patronio de qué se trataba y le rogó que le
aconsejase en este asunto.
-Señor Conde Lucanor -dijo Patronio-, ciertamente sé que
encontraréis a muchos que podrían aconsejaros mejor que yo y, como Dios os
hizo de buen entendimiento, mi consejo no os hará mucha falta; pero, como me
lo habéis pedido, os diré lo que pienso de este asunto. Señor Conde Lucanor
-continuó Patronio-, me gustaría mucho que pensarais en la historia de lo que
ocurrió a un hombre bueno con su hijo.
El conde le pidió que le contase lo que les había pasado,
y así dijo Patronio:
-Señor, sucedió que un buen hombre tenía un hijo que,
aunque de pocos años, era de muy fino entendimiento. Cada vez que el padre
quería hacer alguna cosa, el hijo le señalaba todos sus inconvenientes y,
como hay pocas cosas que no los tengan, de esta manera le impedía llevar acabo
algunos proyectos que eran buenos para su hacienda. Vos, señor conde, habéis
de saber que, cuanto más agudo entendimiento tienen los jóvenes, más
inclinados están a confundirse en sus negocios, pues saben cómo comenzarlos,
pero no saben cómo los han de terminar, y así se equivocan con gran daño
para ellos, si no hay quien los guíe. Pues bien, aquel mozo, por la sutileza
de entendimiento y, al mismo tiempo, por su poca experiencia, abrumaba a su
padre en muchas cosas de las que hacía. Y cuando el padre hubo soportado largo
tiempo este género de vida con su hijo, que le molestaba constantemente con
sus observaciones, acordó actuar como os contaré para evitar más perjuicios
a su hacienda, por las cosas que no podía hacer y, sobre todo, para aconsejar
y mostrar a su hijo cómo debía obrar en futuras empresas.
»Este buen hombre y su hijo eran labradores y vivían cerca
de una villa. Un día de mercado dijo el padre que irían los dos allí para
comprar algunas cosas que necesitaban, y acordaron llevar una bestia para traer
la carga. Y camino del mercado, yendo los dos a pie y la bestia sin carga
alguna, se encontraron con unos hombres que ya volvían. Cuando, después de
los saludos habituales, se separaron unos de otros, los que volvían empezaron
a decir entre ellos que no les parecían muy juiciosos ni el padre ni el hijo,
pues los dos caminaban a pie mientras la bestia iba sin peso alguno. El buen
hombre, al oírlo, preguntó a su hijo qué le parecía lo que habían dicho
aquellos hombres, contestándole el hijo que era verdad, porque, al ir el
animal sin carga, no era muy sensato que ellos dos fueran a pie. Entonces el
padre mandó a su hijo que subiese en la cabalgadura.
»Así continuaron su camino hasta que se encontraron con
otros hombres, los cuales, cuando se hubieron alejado un poco, empezaron a
comentar la equivocación del padre, que, siendo anciano y viejo, iba a pie,
mientras el mozo, que podría caminar sin fatigarse, iba a lomos del animal. De
nuevo preguntó el buen hombre a su hijo qué pensaba sobre lo que habían dicho,
y este le contestó que parecían tener razón. Entonces el padre mandó a su
hijo bajar de la bestia y se acomodó él sobre el animal.
»Al poco rato se encontraron con otros que criticaron la
dureza del padre, pues él, que estaba acostumbrado a los más duros trabajos,
iba cabalgando, mientras que el joven, que aún no estaba acostumbrado a las
fatigas, iba a pie. Entonces preguntó aquel buen hombre a su hijo qué le
parecía lo que decían estos otros, replicándole el hijo que, en su opinión,
decían la verdad. Inmediatamente el padre mandó a su hijo subir con él en la
cabalgadura para que ninguno caminase a pie.
»Y yendo así los dos, se encontraron con otros hombres, que
comenzaron a decir que la bestia que montaban era tan flaca y tan débil que
apenas podía soportar su peso, y que estaba muy mal que los dos fueran
montados en ella. El buen hombre preguntó otra vez a su hijo qué le parecía
lo que habían dicho aquellos, contestándole el joven que, a su juicio,
decían la verdad. Entonces el padre se dirigió al hijo con estas palabras:
»-Hijo mío, como recordarás, cuando salimos de nuestra
casa, íbamos los dos a pie y la bestia sin carga, y tú decías que te
parecía bien hacer así el camino. Pero después nos encontramos con unos hombres
que nos dijeron que aquello no tenía sentido, y te mandé subir al animal,
mientras que yo iba a pie. Y tú dijiste que eso sí estaba bien. Después
encontramos otro grupo de personas, que dijeron que esto último no estaba
bien, y por ello te mandé bajar y yo subí, y tú también pensaste que esto
era lo mejor. Como nos encontramos con otros que dijeron que aquello estaba
mal, yo te mandé subir conmigo en la bestia, y a ti te pareció que era mejor
ir los dos montados. Pero ahora estos últimos dicen que no está bien que los
dos vayamos montados en esta única bestia, y a ti también te parece verdad lo
que dicen. Y como todo ha sucedido así, quiero que me digas cómo podemos
hacerlo para no ser criticados de las gentes: pues íbamos los dos a pie, y nos
criticaron; luego también nos criticaron, cuando tú ibas a caballo y yo a
pie; volvieron a censurarnos por ir yo a caballo y tú a pie, y ahora que vamos
los dos montados también nos lo critican. He hecho todo esto para enseñarte
cómo llevar en adelante tus asuntos, pues alguna de aquellas monturas
teníamos que hacer y, habiendo hecho todas, siempre nos han criticado. Por eso
debes estar seguro de que nunca harás algo que todos aprueben, pues si haces
alguna cosa buena, los malos y quienes no saquen provecho de ella te
criticarán; por el contrario, si es mala, los buenos, que aman el bien, no
podrán aprobar ni dar por buena esa mala acción. Por eso, si quieres hacer lo
mejor y más conveniente, haz lo que creas que más te beneficia y no dejes de
hacerlo por temor al qué dirán, a menos que sea algo malo, pues es cierto que
la mayoría de las veces la gente habla de las cosas a su antojo, sin pararse a
pensar en lo más conveniente.
»Y a vos, Conde Lucanor, pues me pedís consejo para eso que
deseáis hacer, temiendo que os critiquen por ello y que igualmente os
critiquen si no lo hacéis, yo os recomiendo que, antes de comenzarlo, miréis
el daño o provecho que os puede causar, que no os confiéis sólo a vuestro
juicio y que no os dejéis engañar por la fuerza de vuestro deseo, sino que os
dejéis aconsejar por quienes sean inteligentes, leales y capaces de guardar un
secreto. Pero, si no encontráis tal consejero, no debéis precipitaros nunca
en lo que hayáis de hacer y dejad que pasen al menos un día y una noche, si
son cosas que pueden posponerse. Si seguís estas recomendaciones en todos
vuestros asuntos y después los encontráis útiles y provechosos para vos, os
aconsejo que nunca dejéis de hacerlos por miedo a las críticas de la gente.
El consejo de Patronio le pareció bueno al conde, que obró
según él y le fue muy provechoso.
Y, cuando don Juan escuchó esta historia, la mandó poner
en este libro e hizo estos versos que dicen así y que encierran toda la
moraleja:
Por críticas de gentes, mientras que no hagáis mal, buscad
vuestro provecho y no os dejéis llevar.
Cuento III
Lo que sucedió al rey Ricardo de Inglaterra cuando saltó
al mar para luchar contra los moros
Un día se retiró el Conde Lucanor con Patronio, su consejero,
y le dijo así:
-Patronio, yo confío mucho en vuestro buen juicio y sé
que, en lo que vos no sepáis o no podáis aconsejarme, no habrá nadie en el
mundo que pueda hacerlo; por eso os ruego que me aconsejéis como mejor sepáis
en los que ahora os diré. Bien sabéis que yo ya no soy muy joven y que, desde
que nací hasta ahora, me crie y viví siempre envuelto en guerras, unas veces
contra moros, otras con los cristianos y las más fueron contra los reyes, mis
señores, o contra mis vecinos. En mis luchas con mis hermanos cristianos,
aunque yo intenté que nunca se iniciara la guerra por mi culpa, fue inevitable
que muchos inocentes recibieran gran daño. Apesadumbrado por esto y por otros
pecados que he cometido contra Dios Nuestro Señor, y también porque veo que
nada ni nadie en este mundo puede asegurarme que hoy mismo no haya de morir;
seguro de que por mi edad no viviré mucho más y sabiendo que deberé
comparecer ante Dios, que es juez que no se deja engañar por las palabras sino
que juzga a cada uno por sus buenas o malas obras; y en la certeza de que, si
Dios halla en mí pecados por los que deba sufrir castigo eterno, no podrá
evitar los males y dolores del Infierno, donde ningún bien de este mundo
podrá aliviar mis penas y donde sufriré eternamente; sabiendo en cambio que,
si Dios se mostrase clemente y me señalara como uno de los suyos en el
Paraíso, no habría placer o dicha en este mundo que pudiera igualársele. Y
como Cielo o Infierno no se merecen sino por las obras, os pido que, de acuerdo
con mi estado y dignidad, me aconsejéis la mejor manera de hacer penitencia
por mis culpas y conseguir la gracia ante Dios.
-Señor Conde Lucanor -dijo Patronio-, mucho me agradan
vuestras razones, y sobre todo porque me habéis dicho que os aconseje según
vuestro estado, porque si me lo hubierais pedido de otra forma pensaría que lo
hacíais por probarme, como sucedió en la historia que os conté otro día -de aquel rey con su privado. Y me agrada
mucho que queráis hacer penitencia de vuestras faltas, según vuestro estado y
dignidad, pues tened por cierto que si vos, señor Conde Lucanor, quisierais
dejar vuestro estado y entrar en religión o hacer vida retirada, no podríais
evitar que os sucediera una de estas dos cosas: la primera, que seríais muy
mal juzgado por las gentes, pues todos dirían que lo hacíais por pobreza de
espíritu y porque no os gustaba vivir entre los buenos; la segunda, que os
sería muy difícil sufrir las asperezas y sacrificios de la vida conventual, y
si después tuvieseis que abandonarla o vivirla sin guardar la regla como se
debe, os causaría gran daño para el alma y mucha vergüenza y pérdida de
vuestra buena fama. Como tenéis muy buenos propósitos, me gustaría contaros
lo que Dios reveló a un ermitaño de santa vida sobre lo que habría de
sucederle a él mismo y al rey Ricardo de Inglaterra.
El conde le rogó que le dijese lo ocurrido.
-Señor Conde Lucanor -dijo Patronio-, un ermitaño llevaba
muy santa vida, hacía mucho bien y muchas penitencias para lograr la gracia de
Dios. Y por ello, Nuestro Señor fue con él misericordioso y le prometió que
entraría en el reino de los cielos. El ermitaño agradeció mucho esta
revelación divina y, como estaba ya seguro de salvarse, rogó a Dios que le
indicara quién sería su compañero en el Paraíso. Y aunque Nuestro Señor le
dijo por medio de un ángel que no preguntara tal cosa, tanto insistió el
ermitaño que Dios Nuestro Señor accedió a darle una
respuesta y, así, le hizo saber por un ángel que el rey de Inglaterra y él
estarían juntos en el Paraíso.
»Tal respuesta no agradó mucho al ermitaño, pues conocía
muy bien al rey y sabía que siempre andaba en guerras y que había matado,
robado y desheredado a muchos, y había llevado una vida muy opuesta a la suya,
que le parecía muy alejada del camino de la salvación. Por todo esto estaba
el ermitaño muy disgustado.
»Cuando Dios Nuestro Señor lo vio así, le mandó decir con
el ángel que no se quejara ni se sorprendiera de lo que le había dicho, y que
debía estar seguro de que más honra y más galardón merecía ante Dios el
rey Ricardo con un solo salto que él con todas sus buenas obras. El ermitaño
se quedó muy sorprendido y le preguntó al ángel cómo podía ser así.
»El ángel le contó que los reyes de Francia, Inglaterra y
Navarra habían pasado a Tierra Santa. Y cuando llegaron al puerto, estando
todos armados para emprender la conquista, vieron en las riberas tal cantidad
de moros que dudaron de poder desembarcar. Entonces el rey de Francia pidió al
rey de Inglaterra que viniese a su nave para decidir los dos lo que habrían de
hacer. El rey de Inglaterra, que estaba a caballo, cuando esto oyó al
mensajero, le contestó que dijese a su rey que como, por desgracia, él había
agraviado y ofendido a Dios muchas veces y siempre le había pedido ocasión
para desagraviarle y pedirle perdón, veía que, gracias a Dios, había llegado
el día que tanto esperaba, pues si allí muriese, como había hecho penitencia
antes de abandonar su tierra y estaba muy arrepentido, era seguro que Dios
tendría misericordia de su alma, y si los moros fuesen vencidos sería para
honra de Dios y ellos, como cristianos, podrían sentirse muy dichosos.
»Cuando hubo dicho esto, encomendó su cuerpo y su alma a
Dios, pidió que le ayudase y, haciendo la señal de la cruz, mandó a sus
soldados que le siguieran. Luego picó con las espuelas a su caballo y saltó
al mar, hacia la orilla donde estaban los moros. Aunque muy cerca del puerto,
el mar era bastante profundo, por lo que el rey y su caballo quedaron cubiertos
por las aguas y no parecían tener salvación; pero Dios, como es omnipotente y
muy piadoso, acordándose de lo que dicen los evangelios (que Él no busca la
muerte del pecador sino que se arrepienta y viva), ayudó en aquel peligro al
rey de Inglaterra, evitó su muerte carnal, le otorgó la vida eterna y le
salvó de morir ahogado. El rey, después, se lanzó contra los moros.
»Cuando los ingleses vieron a su rey entrar en combate, saltaron
todos al mar para ayudarle y se lanzaron contra los enemigos. Al ver esto los
franceses, pensaron que sería una afrenta para ellos no entrar en combate y,
como no son gente que soporte los agravios, saltaron todos al mar y lucharon
contra los moros. Cuando estos les vieron iniciar su ataque, sin miedo a morir
y con ánimo tan gallardo, rehusaron enfrentarse a ellos, abandonando el puerto
y huyendo en desbandada. Al llegar a tierra, los cristianos mataron a cuantos
pudieron alcanzar y consiguieron la victoria, prestando gran servicio a la
causa del Señor. Tan gran victoria se inició con el salto que dio en el mar
el rey de Inglaterra.
»Al oír esto el ermitaño, quedó muy contento y
comprendió que Dios le concedía un gran honor al ponerle como compañero en
el Paraíso a un hombre que le había servido de esta manera y que había
ensalzado la fe católica.
»Y vos, señor Conde Lucanor, si queréis servir a Dios y
hacer penitencia de vuestras culpas, reparad el daño que hayáis podido hacer, antes de partir de vuestra tierra.
Haced penitencia por vuestros pecados y no hagáis caso a las galas del mundo,
que es todo vanidad, ni creáis a quienes os digan que debéis preocuparos por
vuestra honra, pues así llaman a mantener muchos criados, sin mirar si tienen
para alimentarlos y sin pensar cómo acabaron o cuántos quedaron de quienes
sólo se preocupaban por este tipo de vanagloria. Vos, señor Conde Lucanor,
porque queréis servir a Dios y hacer penitencia de vuestras culpas, no sigáis
ese camino vacío y lleno de vanidades. Mas, pues Dios os entregó tierras
donde podáis servirle luchando contra los moros, por mar y por tierra, haced
cuanto podáis para asegurar lo que tenéis. Y dejando en paz vuestros
señoríos y habiendo pedido perdón por vuestras culpas, para hacer cumplida
penitencia y para que todos bendigan vuestras buenas obras, podréis abandonar
todo lo demás, estando siempre al servicio de Dios y terminar así vuestra
vida.
»Esta es, en mi opinión, la mejor manera de salvar vuestra alma,
de acuerdo con vuestro estado y dignidad. Y también debéis creer que por
servir a Dios de este modo no moriréis antes, ni viviréis más si os quedáis
en vuestras tierras. Y si murierais sirviendo a Dios, viviendo como os he
dicho, seréis contado entre los mártires y bienaventurados; pues, aunque no
muráis en combate, la buena voluntad y las buenas obras os harán mártir, y
los que os quieran criticar no podrán hacerlo pues todos verán que no
abandonáis la caballería, sino que deseáis ser caballero de Dios y dejáis
de ser caballero del Diablo y de las vanidades del mundo, que son perecederas.
»Ya, señor conde, os he aconsejado, como me pedisteis, para
que podáis salvar vuestra alma, permaneciendo en vuestro estado. Y así
imitaréis al rey Ricardo de Inglaterra cuando saltó al mar para comenzar tan
gloriosa acción.
Al conde le gustó mucho el consejo que le dio Patronio y le
pidió a Dios que le ayudara para ponerlo en práctica, como su consejero le
decía y él deseaba.
Y viendo don Juan que este era un cuento ejemplar, lo mandó
poner en este libro y compuso estos versos que lo resumen. Los versos dicen
así:
Quien se sienta caballero
debe imitar este salto, no encerrado en monasterio tras de
los muros más altos.
Cuento IV
Lo que, al morirse, dijo un genovés a su alma
Un día hablaba el Conde Lucanor con su consejero Patronio y
le contaba lo siguiente:
-Patronio, gracias a Dios yo tengo mis tierras bien
cultivadas y pacificadas, así como todo lo que preciso según mi estado y, por
suerte, quizás más, según dicen mis iguales y vecinos, algunos de los cuales
me aconsejan que inicie una empresa de cierto riesgo. Pero aunque yo siento
grandes deseos de hacerlo, por la confianza que tengo en vos no la he querido
comenzar hasta hablaros, para que me aconsejéis lo que deba hacer en este
asunto.
-Señor Conde Lucanor -dijo Patronio-, para que hagáis lo
más conveniente, me gustaría mucho contaros lo que le sucedió a un genovés.
El conde le pidió que así lo hiciera.
Patronio comenzó:
-Señor Conde Lucanor, había un genovés muy rico y muy
afortunado, en opinión de sus vecinos. Este genovés enfermó gravemente y,
notando que se moría, reunió a parientes y amigos y, cuando estos llegaron,
mandó llamar a su mujer y a sus hijos; se sentó en una sala muy hermosa desde
donde se veía el mar y la costa; hizo traer sus joyas y riquezas y, cuando las
tuvo cerca, comenzó a hablar en broma con su alma:
»-Alma, bien veo que quieres abandonarme y no sé por qué,
pues si buscas mujer e hijos, aquí tienes unos tan maravillosos que podrás
sentirte satisfecha; si buscas parientes y amigos, también aquí tienes muchos
y muy distinguidos; si buscas plata, oro, piedras preciosas, joyas, tapices,
mercancías para traficar, aquí tienes tal cantidad que nunca ambicionarás
más; si quieres naves y galeras que te produzcan riqueza y aumenten tu honra,
ahí están, en el puerto que se ve desde esta sala; si buscas tierras y
huertas fértiles, que también sean frescas y deleitosas, están bajo estas
ventanas; si quieres caballos y mulas, y aves y perros para la caza y para tu
diversión,y hasta juglares para que te acompañen y distraigan; si buscas casa
suntuosa, bien equipada con camas y estrados y cuantas cosas son necesarias, de
todo esto no te falta nada. Y pues no te das por satisfecha con tantos bienes
ni quieres gozar de ellos, es evidente que no los deseas. Si prefieres ir en
busca de lo desconocido, vete con la ira de Dios, que será muy necio quien se
aflija por el mal que te venga.
»Y vos, señor Conde Lucanor, pues gracias a Dios estáis en
paz, con bien y con honra, pienso que no será de buen juicio arriesgar todo lo
que ahora poseéis para iniciar la empresa que os aconsejan, pues quizás esos
consejeros os lo dicen porque saben que, una vez metido en ese asunto, por
fuerza habréis de hacer lo que ellos quieran y seguir su voluntad, mientras
que ahora que estáis en paz, siguen ellos la vuestra. Y quizás piensan que de
este modo podrán medrar ellos, lo que no conseguirían mientras vos viváis en
paz, y os sucedería lo que al genovés con su alma; por eso prefiero
aconsejaros que, mientras podáis vivir con tranquilidad y sosiego, sin que os
falte nada, no os metáis en una empresa donde tengáis que arriesgarlo todo.
Al conde le agradó mucho este consejo que le dio Patronio,
obró según él y obtuvo muy buenos resultados.
Y cuando don Juan oyó este cuento, lo consideró bueno,
pero no quiso hacer otra vez versos, sino que lo terminó con este refrán muy
extendido entre las viejas de Castilla:
El que esté bien sentado, no se levante.
Cuento V
Lo que sucedió a una zorra con un cuervo que tenía un
pedazo de queso en el pico
Hablando otro día el Conde Lucanor con Patronio, su
consejero, le dijo:
-Patronio, un hombre que se llama mi amigo comenzó a
alabarme y me dio a entender que yo tenía mucho poder y muy buenas cualidades.
Después de tantos halagos me propuso un negocio, que a primera vista me
pareció muy provechoso.
Entonces el conde contó a Patronio el trato que su amigo le
proponía y, aunque parecía efectivamente de mucho interés, Patronio
descubrió que pretendían engañar al conde con hermosas palabras. Por eso le
dijo:
-Señor Conde Lucanor, debéis saber que ese hombre os
quiere engañar y así os dice que vuestro poder y vuestro estado son mayores
de lo que en realidad son. Por eso, para que evitéis ese engaño que os
prepara, me gustaría que supierais lo que sucedió a un cuervo con una zorra.
Y el conde le preguntó lo ocurrido.
-Señor Conde Lucanor -dijo Patronio-, el cuervo encontró
una vez un gran pedazo de queso y se subió a un árbol para comérselo con
tranquilidad, sin que nadie le molestara. Estando así el cuervo, acertó a
pasar la zorra debajo del árbol y, cuando vio el queso, empezó a urdir la
forma de quitárselo. Con ese fin le dijo:
»-Don Cuervo, desde hace mucho tiempo he oído hablar de
vos, de vuestra nobleza y de vuestra gallardía, pero aunque os he buscado por
todas partes, ni Dios ni mi suerte me han permitido encontraros antes. Ahora
que os veo, pienso que sois muy superior a lo que me decían. Y para que veáis
que no trato de lisonjearos, no sólo os diré vuestras buenas prendas, sino
también los defectos que os atribuyen. Todos dicen que, como el color de
vuestras plumas, ojos, patas y garras es negro, y como el negro no es tan
bonito como otros colores, el ser vos tan negro os hace muy feo, sin darse
cuenta de su error pues, aunque vuestras plumas son negras, tienen un tono
azulado, como las del pavo real, que es la más bella de las aves. Y pueS vuestros ojos son para ver, como el
negro hace ver mejor, los ojos negros son los mejores y por ello todos alaban
los ojos de la gacela, que los tiene más oscuros que ningún animal. Además,
vuestro pico y vuestras uñas son más fuertes que los de ninguna otra ave de
vuestro tamaño. También quiero
deciros que voláis con tal ligereza que podéis ir contra
el viento, aunque sea muy fuerte, cosa que otras muchas aves no pueden hacer
tan fácilmente como vos. Y así creo que, como Dios todo lo hace bien, no
habrá consentido que vos, tan perfecto en todo, no pudieseis cantar mejor que
el resto de las aves, y porque Dios me ha otorgado la dicha de veros y he
podido comprobar que sois más bello de lo que dicen, me sentiría muy dichosa
de oír vuestro canto.
»Señor Conde Lucanor, pensad que, aunque la intención de
la zorra era engañar al cuervo, siempre le dijo verdades a medias y, así,
estad seguro de que una verdad engañosa producirá los peores males y
perjuicios.
»Cuando el cuervo se vio tan alabado por la zorra, como era
verdad cuanto decía, creyó que no lo engañaba y, pensando que era su amiga,
no sospechó que lo hacía por quitarle el queso. Convencido el cuervo por sus
palabras y halagos, abrió el pico para cantar, por complacer a la zorra.
Cuando abrió la boca, cayó el queso a tierra, lo cogió la zorra y escapó
con él. Así fue engañado el cuervo por las alabanzas de su falsa amiga, que
le hizo creerse más hermoso y más perfecto de lo que realmente era.
»Y vos, señor Conde Lucanor, pues veis que, aunque Dios os
otorgó muchos bienes, aquel hombre os quiere convencer de que vuestro poder y
estado aventajan en mucho la realidad, creed que lo hace por engañaros. Y, por
tanto, debéis estar prevenido y actuar como hombre de buen juicio.
Al conde le agradó mucho lo que Patronio le dijo e hízolo
así. Por su buen consejo evitó que lo engañaran.
Y como don Juan creyó que este cuento era bueno, lo mandó
poner en este libro e hizo estos versos, que resumen la moraleja. Estos son los
versos:
Quien te encuentra bellezas que no tienes, siempre busca
quitarte algunos bienes.
ROMANCERO VIEJO
Época:…………………………..
Tema:…………………………………………………………………………..
Género
literario……………………………………………………………………………………………………..
ROMANCE DE ABENÁMAR
–¡Abenámar, Abenámar, moro de la morería, el día que tú
naciste grandes señales había! Estaba la mar en calma, la luna estaba
crecida: moro que en tal signo nace:
no debe decir mentira. Allí respondiera el moro, bien
oiréis lo que decía: –Yo te la diré, señor, aunque me cueste la vida,
porque soy hijo de un moro y una cristiana cautiva; siendo yo niño y muchacho
mi madre me lo decía: que mentira no dijese, que era grande villanía; por
tanto pregunta, rey, que la verdad te diría. –Yo te agradezco, Abenámar,
aquesa tu cortesía. ¿Qué castillos son aquéllos? ¡Altos son y relucían! –El
Alhambra era, señor, y la otra la mezquita, los otros los Alixares, labrados a
maravilla. El moro que los labraba cien doblas ganaba al día, y el día que no
los labra, otras tantas se perdía. El otro es Generalife, huerta que par no
tenía. El otro Torres Bermejas, castillo de gran valía. Allí habló el rey
don Juan, bien oiréis lo que decía: –Si tú quisieses, Granada, contigo me
casaría; darete en arras y dote a Córdoba y a Sevilla. –Casada soy, rey don
Juan, casada soy, que no viuda; el moro que a mí me tiene muy grande bien me
quería.
ROMANCE DE ÁLORA LA BIEN CERCADA
Álora, la bien cercada, tú que estás a par del río,
cercote el adelantado una mañana en domingo,
con peones y hombres de armas hecho la había un portillo.
Viérades moros y moras que iban huyendo al castillo; las moras llevaban ropa,
los moros, harina y trigo. Por encima del adarve su pendón
llevan tendido. Allá detras de una almena quedádose ha un morillo con una
ballesta armada
y en ella puesta un cuadrillo. Y en altas voces decía que
la gente lo ha oído: –¡Treguas, tregua, adelantado, que tuyo se da el
castillo! Alzó la visera arriba,
para ver quié lo había dicho, apuntáralo a la frente,
salídole ha el colodrillo. Tómale Pablo de rienda,
de la mano Jacobico, que eran dos esclavos suyos que había
criado de chicos. Llévanle a los maestros, por ver si le dan guarido. A las
primeras palabras por testamento les dijo que él a dios se encomendaba y el
alma se le ha salido.
ROMANCE DEL CERCO DE BAZA
Sobre Baza estaba el rey, lunes, después de yantar; Miraba
las ricas tiendas que estaban en su real; miraba las huertas grandes y miraba
el arrabal; miraba el adarve fuerte que tenía la ciudad; miraba las torres
espesas, que no las puede contar. Un moro tras una almena comenzóle de hablar:
–Vete, el rey don Fernando,
non querrás aquí envernar, que los fríos de esta tierra
no los podrás comportar. Pan tenemos por diez años, mil vacas para salar;
veinte mil moros hay dentro, todos de armas tomar,
ochocientos de caballo para el escaramuzar;
siete caudillos tenemos, tan buenos como Roldán, y
juramento tienen hecho antes morir que se dar.
ROMANCE DEL CONDE DE NIEBLA
–Dadme nuevas, caballeros, nuevas me querais dar de aquese
conde de Niebla, don Enrique de Guzmán, que hace guerra a los moros, y ha
cercado a Gibraltar. Hoy veo jergas en mi corte, ayer vi fiestas asaz;
Si algún grande ha fallecido, de Castilla y de mi sangre, o
don Álvaro de Luna, el maestre y condestable. –Ningún grande ha fallecido ni
hombre de vuestra sangre, ni don Álvaro de Luna,
el maestre y condestable. mas es muerto un caballero, que
era su valor muy grande que veredes a los moros en cuán poco vos ternán, Por
ayudar a los suyos podiéndose bien salvar, por oír sólo su nombre, por se
oír sólo llamar. Tornó en un batel pequeño a la braveza del mar. Don
Enrique es, Rey, aqueste, don Enrique de Guzmán: dejad, señor, los brocados,
no querades más solaz.
El rey oyendo tal nueva hubo en extremo pesar, porque tan
buen caballero no se quisiera salvar;
e mandó traer su hijo, aquel que quedado le ha, y de Medina
Sidonia duque le fue a titular.
ROMANCE DEL ALCAIDE DE ALHAMA
–Moro alcaide, moro alcaide, el de la barba vellida, el rey
os manda prender porque Alhama era perdida. –Si el rey me manda prender porque
Alhama se perdía,
el rey lo puede hacer, mas yo nada le debía, porque yo era
ido a Ronda a bodas de una mi prima; yo dejé cobro en Alhama el mejor que yo
podía. Si el rey perdió su ciudad, yo perdí cuanto tenía: perdí mi mujer y
hijos, las cosas que más quería.
ROMANCE DE LA PÉRDIDA DE ALHAMA
Paseábase el rey moro por la ciudad de Granada, desde la
puerta de Elvira hasta la de Vivarambla –¡Ay de mi Alhama! Cartas le fueron
venidas que Alhama era ganada. Las cartas echó en el fuego, y al mensajero
matara. –¡Ay de mi Alhama! Descabalga de una mula y en un caballo cabalga, por
el Zacatín arriba subido se había al Alhambra. –¡Ay de mi Alhama!
Como en el Alhambra estuvo, al mismo punto mandaba que se
toquen sus trompetas, sus añafiles de plata.
–¡Ay de mi Alhama! Y que las cajas de guerra apriesa toquen
el arma, porque lo oigan sus moros, los de la Vega y Granada. –¡Ay de mi
Alhama! Los moros, que el son oyeron, que al sangriento Marte llama, uno a uno
y dos a dos juntado se ha gran batalla. –¡Ay de mi Alhama! Allí habló un moro
viejo, de esta manera hablara: –¿Para qué nos llamas, rey? ¿Para qué es esta
llamada? –¡Ay de mi Alhama! –Habéis de saber, amigos, una nueva desdichada:
que cristianos de braveza ya nos han ganado Alhama. –¡Ay de mi Alhama! Allí
habló un alfaquí, de barba crecida y cana: –Bien se te emplea, buen rey, buen
rey, bien se te empleara –¡Ay de mi Alhama! –Mataste los Bencerrajes, que eran
la flor de Granada; cogiste los tornadizos de Córdoba la nombrada. –¡Ay de mi
Alhama! Por eso mereces, rey, una pena muy doblada: que te pierdas tú y el
reino, y aquí se pierda Granada. –¡Ay de mi Alhama!
ROMANCE DEL MAESTRE DE CALATRAVA
¡Ay, Dios, qué buen caballero el Maestre de Calatrava!
¡Qué bien que corre los moros
por la vega de Granada, dende la puerta de Quiros hasta la
Sierra Nevada! Trecientos comendadores, todos de cruz colorada dende la puerta
de Quiros les va arrojando la lanza. Las puertas eran de pino, de banda a banda
les pasa: tres moricos dejó muertos de los buenos de Granada, que el uno ha
nombre Alanese, el otro agameser se llama,
el otro ha nombre Gonzalo, hijo de la renegada. Sabido lo ha
Albayaldos en un paso que guardaba.
COPLAS A LA MUERTE DE SU PADRE
Época:…………………………..
Tema:…………………………………………………………………………..
Género literario……………………………………………………………………………………………………..
Coplas por la muerte de su
padre
Recuerde el alma dormida,
avive el seso y despierte
contemplando
cómo se pasa la vida,
cómo se viene la muerte 5
tan callando,
cuán presto se va el placer,
cómo, después de acordado,
da dolor;
cómo, a nuestro
parecer, 10
cualquiera tiempo pasado
fue mejor.
Pues si vemos lo presente
cómo en un punto se es ido
y acabado, 15
si juzgamos sabiamente,
daremos lo no venido
por pasado.
No se engañe nadie, no,
pensando que ha de
durar 20
lo que espera,
más que duró lo que vio
porque todo ha de pasar
por tal manera.
Nuestras vidas son los ríos 25
que van a dar en la mar,
que es el morir;
allí van los señoríos
derechos a se acabar
y consumir; 30
allí los ríos caudales,
allí los otros medianos
y más chicos,
y llegados, son iguales
los que viven por sus
manos 35
y los ricos.
Invocación:
Dejo las invocaciones
de los famosos poetas
y oradores;
no curo de sus
ficciones, 40
que traen yerbas secretas
sus sabores;
A aquél sólo me encomiendo,
aquél sólo invoco yo
de verdad, 45
que en este mundo viviendo
el mundo no conoció
su deidad.
Este mundo es el camino
para el otro, que es
morada 50
sin pesar;
mas cumple tener buen tino
para andar esta jornada
sin errar.
Partimos cuando
nacemos, 55
andamos mientras vivimos,
y llegamos
al tiempo que fenecemos;
así que cuando morimos
descansamos. 60
Este mundo bueno fue
si bien usáramos de él
como debemos,
porque, según nuestra fe,
es para ganar aquél 65
que atendemos.
Aun aquel hijo de Dios,
para subirnos al cielo
descendió
a nacer acá entre nos, 70
y a vivir en este suelo
do murió.
Ved de cuán poco valor
son las cosas tras que
andamos
y corremos, 75
que en este mundo traidor,
aun primero que muramos
las perdamos:
de ellas deshace la edad,
de ellas casos
desastrados 80
que acaecen,
de ellas, por su calidad,
en los más altos estados
desfallecen.
Decidme: la hermosura, 85
la gentil frescura y tez
de la cara,
el color y la blancura,
cuando viene la vejez,
¿cuál se para? 90
Las mañas y ligereza
y la fuerza corporal
de juventud,
todo se torna graveza
cuando llega al arrabal 95
de senectud.
Pues la sangre de los godos,
y el linaje y la nobleza
tan crecida,
¡por cuántas vías y
modos 100
se pierde su gran
alteza
en esta vida!
Unos, por poco valer,
¡por cuán bajos y abatidos
que los tienen! 105
otros que, por no
tener,
con oficios no debidos
se mantienen.
Los estados y riqueza
que nos dejan a
deshora, 110
¿quién lo duda?
no les pidamos firmeza,
pues son de una señora
que se muda.
Que bienes son de
Fortuna 115
que revuelven con su
rueda
presurosa,
la cual no puede ser una
ni estar estable ni queda
en una cosa. 120
Pero digo que acompañen
y lleguen hasta la huesa
con su dueño:
por eso nos engañen,
pues se va la vida
apriesa 125
como sueño;
y los deleites de acá
son, en que nos deleitamos,
temporales,
y los tormentos de
allá, 130
que por ellos
esperamos,
eternales.
Los placeres y dulzores
de esta vida trabajada
que tenemos, 135
no son sino corredores,
y la muerte, la celada
en que caemos.
No mirando nuestro daño,
corremos a rienda
suelta 140
sin parar;
desque vemos el engaño
y queremos dar la vuelta,
no hay lugar.
Si fuese en nuestro poder 145
hacer la cara hermosa
corporal,
como podemos hacer
el alma tan glorïosa,
angelical, 150
¡qué diligencia tan
viva
tuviéramos toda hora,
y tan presta,
en componer la cativa,
dejándonos la señora 155
descompuesta!
…………
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